Conmueve la sabiduría sin experiencia, la de quien sin haber hecho mucho en la vida o habiendo vivido poco, posee, sin embargo, empaque moral, una especie de visión periférica y limpia de las cosas, como si hubiese ocupado su existencia en asuntos dolorosos y hubiera sobrevivido y aprendido de esa debacle del espíritu. Hay veces en que uno encuentra gente de una solvencia espiritual tan asentada que asombra. Se atribuye a la vejez esa propiedad de la vida, pero puede concurrir en más tempranas edades. Puede que únicamente sea una cuestión de sensibilidad, de la que se adolece más de la cuenta y con la que no nos valemos cuando nos acucian los problemas y debemos darles solución. Se tiene la idea de que las personas excesivamente sensibles tienen un lastre que les impide avanzar y vivir con un poco más de desparpajo o de asepsia o de neutralidad. Qué difícil es no involucrarse, no hocicar en lo que nos duele y hacerlo nuestro. Da igual que sea lejano (yo soy parte del todo, cualquier asunto ajeno es mío en el fondo, las campanas doblan por ti, etc.) y que, en principio, no nos incumba: todo acaba por cercarnos, por afectarnos.
11.1.21
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