26.12.16

El año de la poesía

Alivia la poesía. Creo que casi nada como la buena poesía para que te sientas nuevamente en armonía con el cosmos. Hay poemas que confortan como sólo el amor sabe hacerlo. Poemas en los que de pronto encuentras un sentido a la existencia. De no existir la poesía, no habría mundo que girase. Son los poetas los que han hecho que prosperen las civilizaciones y se enseñoree la belleza. Todos somos poetas, aunque no lo apreciamos a diario, ni haya evidencias tangibles de que es poesía lo que hacemos. Somos poetas y somos teólogos. Un poco de lo uno y de lo otro o ambas cosas juntamente. Dios, en cierta medida, es una especie de poeta de lo etéreo. La creación que se le atribuye sólo puede encuadrarse en un poema. Todo lo que se lo ocurrió (y ya saben que en tanto poco tiempo) es cosa de poetas. Un novelista no podría crear el cosmos. Se le iría de las manos, se expondría a que un hilo de la trama quedase sin afinar o que todos, a su manera, se malograsen por una ambición desmedida o por no cuidar del estilo o de la sintaxis. Visto todo con perspectiva, Dios es un novelista. Lo hizo mal, no se esmeró, podía haberse empleado con más ahínco, no ponerse un horario, qué absurdo lo de los siete días y la necesidad de descansar después. El poeta, en cambio, está más cualificado. En estos días en que acaba el año, yo me quedo con la poesía, con Dios, con George Michael (Last christmas I gave you my heart...), con el desenlace tristísimo del Coro Ruso del que ahora, de fondo, hablan en televisión y con todas las metáforas que me consuelan cuando llega el caos y nos mira de frente. Ojalá Dios fuese un poeta.

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Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.