I
La industria cultural, al menos, la cinematográfica, está tozudamente empeñada en crear un cierto estado de malestar, extraído de forma primaria del caos que produjo el 11-S. En estos preliminares narrativos, donde se mezclan de forma creíble la alta política, el pánico al otro (al que no es de nuestra camada, al que viene de culturas diferentes) y la monitorización de nuestra existencia, asunto éste último que proviene del éxito televisivo de los reality-shows (Grandes Hermanos de todo el mundo, uníos) y del yugo que los Estados ejercen sobre los imparables progresos tecnológicos, nace la idea de Eagle Eye (Ojo de águila), mejor título que el excesivamente llamativo, pero bucle de cientos anteriores, La conspiración del pánico.
La realidad es una trama que no puede ser abandonada sin injerencia de quien, en su manejo, pueda sacar algún tipo de beneficio: ésa es la idea central de toda esta caterva infame de films que, con mayor o menor acierto, propagan esa teoría conspiranóica en la que un gran Ojo (una especie de Dios lo suficientemente cableado, una especie de Aleph borgiano de rendimiento extremo) registra los movimientos de la población, inventariando sus pecados, sus vicios, creando un perfil al que siempre se puede acudir si toca extorsionar, chantajear o investigar desviaciones en el acatamiento de las leyes del Sistema. Se trataría, muy en el fondo, del grado de dominio que tenemos sobre la realidad, si somos actores o guionistas o si, al final, acatamos el rol de vigilados o, bien al contrario, nos revelamos y pedimos el registro de propiedad de nuestra vida.
II
La inminencia del pánico es más explotable que el pánico mismo. El erotismo es más provocador que la pornografía. El film de D.J.Caruso quintaesencia las virtudes del género y lo hace desde un primoroso sentido del thriller como espectáculo. Sin escamotear clichés sobradamente testados, Caruso añade un punto de ciencia-ficción del siglo XXI que, al final del metraje, obliga a reconsiderar todo lo que hasta ese momento hemos visto. Y no es asunto de esta reseñar destripar el final, que homenajea a Hitchcock y a Kubrick a partes iguales. Se pierde en la montaña rusa que los acontecimientos van construyendo. Y ahí, en ese vértigo literario, este cronista de sus vicios se pierde un poco, se siente perjudicado por la querencia de ciertos directores a acelerarlo todo al punto de que la acción, de algún modo, desquicia la trama, la pervierte, la quema. Los vaivenes no llegan a confundirnos (no estamos ante un prodigio de argmento ni mucho menos) pero lastran en demasía el seguimiento. Por otro lado, el argumento (en realidad todo este tipo de argumentos) requieren del espectador cierta complicidad. Hay aquí códigos de muy farragosa descompresión. Quien no quiera entrar, no se lo van a poner fácil. El que está al tanto de estos temas (paranoias colectivas, televigilancia, monitorización de la vida doméstica, conspiraciones varias) va a disfrutar, aunque a mí me resultó (al final) cansina la tremebunda acción, su indisimulada vocación de blockbuster.
2 comentarios:
Desde hace no mucho tiempo me dan miedo los thrillers de acción con apuntes políticos. Me aburre su previsibilidad; me aturden tantas explosiones gratuitas; me distancian sus éticamente intachables protagonistas.
Te diré que lo único que me atrae de esta película es Michelle Monaghan, quien supongo que no es más un parte bonito (con algún momento de gloria) en la trama. El cine es hoy muy caro, Emilio. Y sólo tengo siete euros para gastar. Y será en la peli de los Coen, me temo.
No lo temas. Son las dos pelis que me he enchufado en ojo, en cerebro, en corazón, este weekend. Ya lo´sabía. Incluso te lo dije, creo. La conspiración del pánico es un producto de consumo inmediato, y olvido posterior, pero a veces es bueno aturdirse, invadirse de tramas, subtramas y subintratramas que no conducen a sitios distintos de los que ya preveíamos. Previsibles, sí, pero a veces (en ocasiones, en ratos concretos) se dejan querer. El otro día, sin ir más lejos, a media tarde, pusieron en un canal (cuál, no me acuerdo) una de Michael Bay. Ahí no tragué. Jeje. Los euros de rigor, el peaje por la cultura y el disfrute, guárdalos para los Coen. No siendo una obra maestrá, qué lo es, es un distraimiento de primera categoría. No te digo nada nuevo. Los últimos veinte minutos son prodigiosos. El diálogo final, justo ése, entre dos burócratas, hace que seis euros, al menos, se justifiquen. Cuídeseme mucho, como usted dice.
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