5.8.08

Escondidos en Brujas: El peso del mundo es amor


A menudo la figura del sicario que mata por dinero, el asesino a sueldo tan prolífico en la historia del cine, se aureola de glamour, empatiza absurdamente con el espectador que detesta su modus vivendi, pero que queda hechizado por el malditismo de su vida, por su metódica puesta en escena, tal vez por su desprejuiciada manera de abordar los problemas universales como la muerte, la soledad, el destino o la dignidad. Seres desafectados de moral alguno, albergan, no obstante, implacables códigos de justicia, contratos íntimos con algún dios caprichoso y rudimentario al que profesan una fe de una liturgia muy rudimentaria también, fácilmente escorable a la tragedia y a la escritura épica, forjada a golpe de muescas en un invisible libro de faltas. La historia que cuenta Escondidos en Brujas ronda el romanticismo crepuscular de un par de singulares asesinos a sueldo a los que podemos colocar todos los tópicos del género, pero que se comportan como dos turistas inefables y hasta simpáticos. Uno entregado a disfrutar del encanto monumental de una ciudad hermosa, Brujas; el otro, asqueado por esa belleza que él no pide y que se le cae encima debido a su escasez de interés y a su absoluto desperpajo en otros asuntos mundanos como beber cerveza sin descanso, ligar con chicas belgas o buscarse problemas sin excesivo esfuerzo. Los dos fatigan la ciudad, la recorren y hacen que nosotros, estupefactos asistentes a lo que parece habérsenos vendido como thriller, pero que deviene en su segundo tramo en un trepidante (aunque melancólico al tiempo) ejercicio de incontinencia visual para compensar quizá la mesura con la que el director, Martin McDonagh, nos ha colado la primera, que es poética en un sentido literal del término, y es también profética, porque establece, sin estridencias, los ritmos y las maneras que luego exhibe el film hasta su abrupto cierre.
Más interesado en describir los mecanismos de la redención del pecador que en montar un thriller al uso, McDonagh escamotea al espectador goloso de sensaciones fuertes la sangre previsible y le obsequia, a cambio, con la mansedumbre de quien no precisa de exhibiciones plásticas para contar con estilo, sobriedad y contundencia la historia que se propone. De hecho la película fija al final el tono violento que antes no requería para rubricar la tragedia como es debido. Los mismos griegos, los que inventaron todo esto, no lo habrían hecho con mayor legitimidad. Se trata, en el fondo, de ir aplazando el concurso de la muerte hasta que el argumento no puede exprimirse más o no debe exprimirse con más líneas inservibles. Me asombró que la película fluyera con esa quietud para luego desembocar en el fuego de artificio en donde se cierra lo narrado. La ironía con la que el guión va ofreciendo las claves de su naturaleza tragicómica se mezcla con la tristeza hermosa de una ciudad ocupada por turistas, enanos y un elenco de criaturas irracionales a las que no se les deja crecer, siendo únicamente piezas de un mecano portentoso, lírico y portentoso, que no da enigmas al modo en que otros thrillers edifican su mecánica narrativa: Escondidos en Brujas es el anti-thriller, se abastece de pequeños tics, de escenas de una atonía manifiesta, pero que conducen con pasmosa eficacia a la conclusión inaplazable, a la escenificación de un guignol de lo humano que entronca con el teatro más que con el cine, que no suele ser tan explícito en lo simbólico, en lo que todo es justamente lo que parece y, en cambio, los significados ocultos, la medida exacta de los personajes y su rol preciso en esta maquinaria de sentimientos y de culpas, son los que planean más tiempo en la memoria del espectador. De fondo, a pesar del drama y de la vocación negra del film, hay un humor fino, que cala al punto de distraernos de materias mayores, pero Bélgica, para un inglés, es un país mofable, dicho esto con la experiencia de haber tenido amigos ingleses que así me lo confirmaron.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Por no hablar del talento de Colin Farrell para el humor...gran comediante que llena las líneas que del guión le corresponden de insólita (al menos en mi opinión) brillantez.

Un saludo, amigo!

A propósito, creo recordar que eres cordobés de sangre y afectos, yo casi, concretamente vecino de tu hermosa tierra, pacense a más señas. Llegué ayer de la cercana Sevilla, donde me he emborrachado de sol infernal y tinto de verano con alguna que otra tapa típicamente hispalense...

Anónimo dijo...

Cordobés, sí, pero en verano quisiera ser cántabro, islandés, groenlandés, algún landés de ésos en donde hace frío incluso. En fin...Toda mi familia paterna es pacense también.
Colin Farrell, un re-descubrimiento, sí. Me encantó, y mucho, aunque no hablé de ellos en mi reseña todos los actores.

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