Mientras que una película me entretenga, estoy dispuesto a sacrificar que no la dirija John Ford o Fritz Lang. Algo así venía a decir un viejo amigo mío, al que todavía veo y disfruto, cuando salía exultante de ver Terminator o Conan el Bárbaro, versión John Milius. En el fondo de su alma entendía que aquél, a los ojos del cinéfilo en potencia por el que me tenía, no era el cine más digno ni tampoco al que se le encomendaba la salvación del séptimo arte en una época (los ochenta) en la que abundaban castigos a 24 fotogramas por segundo que sonrojaban al espectador mejor pertrechado de mal gusto. Mi amigo habrá disfrutado horrores con Venganza. Le habrá parecido una obra maestra por varias razones que alcanzo a entender. La primera apela a ciertos mecanismos muy primarios de identificación con un justiciero, un héroe de acción sin excesiva carga psicológica que arrambla (literalmente) con todo cuanto le estorba en la sacrosanta misión de salvar a su hija de un red de albanokosovares. La segunda está fundamentada en el vértigo que provee este tipo de espectáculo. En Venganza hay tralla visual como para terminar exhausto en la butaca. Eso de notar las pulsaciones trompicarse y sentir el corazón cual jinete en una montaña rusa agrada. Diré que agrada sin más, sin que luego ese júbilo adrenalítico ofrezca al alma remansada alguna golosina intelectual. Jean Claude Van Damme es el rey de estos atropellos que aceleran el salto sináptico y dan al feligrés de las altas emociones y de los vacuos contenidos alegría pura y dura. En Venganza resuena el cine de acción de los setenta, de vengadores urbanos a lo Bronson que marcan perimetro (Bauer dixit) y se entregan con desparpajo cuasifascista a la demolición del paisaje. En este sentido, la película de Pierre Morel, otrora subalterno de Luc Besson, que también produce, surpervisa y tutela este blockbuster estival irrefutable, acude al muestrario de tópicos sin pudor y celebra la sangría de los malos con fanfarria y trompetería, con la cabeza puesta en la caja y el corazón dividido entre el bochorno de hacer un bodrio veraniego y la certeza de que, entre el caudal de bodrios cortados con similares tijeras, éste es el mejor, el que más se deja ver y menos incomoda al espectador exigente.
Liam Neeson, nuevo héroe local, se acomoda con pasmosa eficacia en el papel de padre coraje con "ciertas habilidades" que acude al salvamento de la hija. En noventa minutos escasos el bueno de Liam le ha quitado la hegemonía a los Seagal, Van Dammne y Norris de turno, e imprime al papel una dureza dramática y una contención que no está al alcance de estas marionetillas de testosterona y músculo reventón.
Ahora la película en sí: floja hasta la anorexia mental, exenta de ningún giro argumental que eleve su textura simplista, Venganza se deja muchos cabos sueltos para ser una buena película. No escarba lo que debe en la premisa fundacional que la justifica: la corrupción policial que permite las mafias del Este y su trama de extorsión, drogas, trata de blancas y otros hitos de la infamia delictiva. Los malos son esquemáticos (tal vez quisieron dejarlos así, huérfanos de fondo, alojados en dos dimensiones, expuestos al jaque del americano infalible) y apenas ocupan (melodramáticamente hablando) diez asquerosos minutos. Los buenos se resumen al padre investido de héroe, que va consumiendo cartuchos, golpes de kárate y recursos tecnológicos como si el espíritu del ya citado Jack Bauer y el olfato de Grissom le hubiesen convertido, por fuerza, por los imperativos del guión, en un pequeño dios de la venganza, incruento, desalmado, convencido de que la tortura (una escena que me remite otra vez a 24) y los expeditivos disparos en el vientre de todo ser humano que se le cruce al paso están justificados. Algo así deben pensar todos los mercenarios del mundo. De alguna forma basta un pensamiento noble (de nobleza íntimamente asumida) para ser un ejecutor total y carecer de moral para lograr un objetivo.
Da igual que el vengador provenga de la CIA o de algún secreto grupo de élite capaz de encontrar el paquete de kleenex de Bin Laden: lo explícito es la violencia, la que sustituye a la palabra y embota toda posibilidad de reflexión. Claro, mi viejo amigo dirá que también Michael Mann (santo de mi devoción) acude a la violencia. O que Sam Peckinpah la llevó al paroxismo de la belleza. O que Quentin Tarantino, ese genio de la provocación, no disimula su amor por las armas (magnums, espadas, coches). Todo eso no tiene nada que ver con Morel, que no siendo un mal director (la cinta está montada con brío, no hay espacios en blanco, la acción discurre con eficiencia) tampoco aspira a crear un cosmos particular. Su encargo (aceptemos que es un divertimento veraniego con estrella hollywoodiense a la vista) no difiere de otros irremisiblemente abocados al estrépito del olvido. Los videoclubs se alimentan de este material innoble, pero necesario. Pienso ahora en Shoot 'em up, esa joya de la adrenalina, ese chiste alargado dos horas que me hizo disfrutar muchísimo en la butaca. Venganza no está a su altura porque parte de premisas más serias, y marra en esa mescolanza, en intentar matrimoniar la película de denuncia y la de acción. ¿Que si disfruté? Cuando estuve lo suficientemente insensible, cuando advertí que podía aceptar el vértigo y el tsunami de cine B (qué es, al cabo) y me colé en mi papel de espectador infinitesimal, sí. Y mucho. Luego tal vez el corazoncito cinéfilo, que anduvo agazapado, convertido en un objeto nostálgico, pida platos más fuertes. Por eso, por la noche, en casa, enchufé el home cinema, cerré ventanas, enchufé al aire acondicionado )recordad que vivo en Córdoba) y me coloqué el DVD de Pozos de ambición. No hubo ni una hora entre un trallazo y otro. Sesión doble pura. Como si después de ver una de Pajares y Esteso o de Alvaro Vitale uno decide ver Fresas Salvajes. Coño. Viva la sutileza
1 comentario:
Jajaja, excelente el último símil. El paso que habría que alfombrar es el tuyo, pases por donde pases. Coincido en todo tu planteamiento sobre esta chuchería olvidable que es VENGANZA, tremendo que siga haciéndose este cine con la que está cayendo...como para que la especie avance.
Un saludo, artista!
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