Más que una apología al uso del superhéroe como arquetipo, como depositario de una épica que aspira a crear un modelo creíble, legendario y dotado de la capacidad de cautivar el imaginario adolescente, Hancock reclama una visión frívola, profana, indiscutiblemente adictiva, pero privada de cualquier lirismo, incluso escasamente interesada en formular el rol del malo, que aquí no es importante en absoluto.
En Hancock hay un desacelerado y deslavazado curso de heroicidades que no lo son, una forma de hacer cine que, a merced de la siempre golosa taquilla, pretende (sin conseguirlo enteramente) abrir una franquicia al margen de las ya contrastadas, nítida en su interés por ganarse un público talludito y entregada sin pudor a generar escenas lo suficientemente vibrantes como para, a golpe de tráiler, ganarse el afecto de la chiquillada.
Tal vez esa ambición lastra casi por completo el resultado final: su discurso no termina por convencer a ninguno de esos dos dignos segmentos del siempre respetable público. El calamitoso superhéroe que borda Will Smith nace de una idea portentosa: deconstruir al superhombre, desprenderlo de su aureola de bondad y arrumbarlo a un territorio cochambroso, más afín a la prosa sórdida de Charles Bukowski que a la limpieza gráfica de Stan Lee. El héroe alcoholizado, parco en recursos lingüísticos, ensimismado, no está seriamente explicitado: se le despoja de toda esa aureola legendaria y se le adscribe a un modelo de reciente implantación en el cine que consiste en parodiar el género, pero sin entrar en la vulgaridad.
Hancock es un exabrupto humorista con presupuesto fastuoso que abre una franquicia interesante, desprejuiciada y vocacionalmente limpia de todos esos clichés que oxidaban el género y lo arrumbaban al exclusivo consumo de gourmets adolescentes. En su contra, Hancock exhibe un desprecio absoluto por la osadía de sus contenidos: el superhéroe crápula, alcohólico, pasota y hasta bohemio merecía (tal vez) mejores manos. Berg se pierde en géneros sin redondear la valía de ninguno enteramente. Justo cuando parece que la historia toma un hilo de justeza y brillantez se deshilacha en exceso. Cuando más a gusto estamos en la originalidad y en esa moralidad turbia que parece empapar el sustrato más visible del film, Berg destroza nuestro entusiasmo con súbitos experimentos melodramáticos, apocalípticos y, sobre todo al final, inverosímiles.
Tan agradablemente se ve como presta se olvida. Y eso, en verano, tal vez sea suficiente para darle un timorato, pero inexcusable aplauso.
Hancock es un exabrupto humorista con presupuesto fastuoso que abre una franquicia interesante, desprejuiciada y vocacionalmente limpia de todos esos clichés que oxidaban el género y lo arrumbaban al exclusivo consumo de gourmets adolescentes. En su contra, Hancock exhibe un desprecio absoluto por la osadía de sus contenidos: el superhéroe crápula, alcohólico, pasota y hasta bohemio merecía (tal vez) mejores manos. Berg se pierde en géneros sin redondear la valía de ninguno enteramente. Justo cuando parece que la historia toma un hilo de justeza y brillantez se deshilacha en exceso. Cuando más a gusto estamos en la originalidad y en esa moralidad turbia que parece empapar el sustrato más visible del film, Berg destroza nuestro entusiasmo con súbitos experimentos melodramáticos, apocalípticos y, sobre todo al final, inverosímiles.
Tan agradablemente se ve como presta se olvida. Y eso, en verano, tal vez sea suficiente para darle un timorato, pero inexcusable aplauso.
1 comentario:
A mi me produce sarpullido pensar en tener que tragarme estos productillos estivales, de los que huyo, con todos los prejuicios bien asentados. Hice lo propio con acartonados superagentes, con momias plastificadas, con soporíferos expedientes, etc. No es el cine que me anima. Mi tiempo y mi dinero (me arriesgo a sonar pretencioso) se encaminan a cosas que dejen poso, incluso partiendo del entretenimiento como arma de batalla. Ejemplo maestro, WALL-E. Arte puro del que embelesa la vista y purifica el espíritu. Ya tuve bastante ración de Will Smith con SOY LEYENDA, no soy masoquista.
Un saludo, artista del verbo!
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