Embutida en un traje de divertimento adolescente o infantil, la película puede entretener al público adulto, pero dudo que alguien con cierto interés cinéfilo acuda a verla salvo que lleve a la tropa de chiquillos, sean hijos, sobrinos, vecinos o la clase de Cuarto de Primaria.
Noche en el museo cumple con creces su cometido lúdico: hay una ración generosa de efectos especiales deslumbrantes, un guión trepidante y un desenfado, en general, muy de agradecer en estos tiempos de cine muy pensado incluso cuando los receptores van a ser niños ( la Caperucita, el Shrek o el Nemo eran artefactos animados de dudosa filiación infantil porque transpiraban mala leche adulta por muchos costados ).El responsable de esta cinta es Shawn Levy, que antes conocíamos por La pantera rosa o por Doce en casa: se mueve, pues, por terreno abonado, conoce el oficio de carpintero de atracción de feria.
No se le puede exigir lo que le exigimos a Martin Scorsese o a Todd Solondz. Levy se afilia a este segmento validísimo de cine orientado al más genuino consumo familiar: todo es festivo, todo se deja conducir por una mansa corrección política y, por añadidura, el guión ( que en su simplicidad cela variados registros y propone un amplio abanico de lecturas ) da un sugestivo repaso por la Historia, aunque sea Historia de andar por casa y no indague más allá de los saludos de los romanos o de la rudimentaria gestualidad de los hombres de las cavernas.
Esta pedagogía simplista no abunda en el cine para niños: a la salida del cine, uno le explicaba a otro que los romanos tenían un ejército "buenísimo" y que los mamuts y los dinosaurios ( en sus entendederas ) nunca habían coincidido en la Historia. Pues puede ser.
El caso es que una película, una sin excesivas pretensiones de perdurabilidad, había suscitado un diálogo tan escasamente habitual que ya sólo por eso, por ese inédito contrapunto, todo valía la pena y no podíamos, con sinceridad, vapulear tan atinado ejercicio reflexivo.Triste consecuencia sería que la Cultura pasase por estos filtros yankees de palomitas y blockbuster masivo: la Cultura viene por otros lados, o debe venir por otros lados, pero Noche en el museo, al menos, suscita un diálogo entre la realidad y la ficción que tiene como nexo de unión los flecos de ese cultura, sus extremidades más frívolos, pero no por ello ( en estos tiempos de decaimiento libresco, en general ) menos importante.
Ben Stiller hace estupendamente lo que sabe: poner caras, dar su bis cómica en generosas raciones. Este padre en apuros, pobre, desubicado en el mundo, necesita esas noches en el museo para que su hijo le tome en consideración: este plus de psicología barata no desarma la traca fabulosa de efectos especiales cuando todas las figuras de cera del museo cobran mágica vida y campan a sus anchas, anárquicos y tozudos, llevando sus tópicos a extremos desternillantes: hay una escena ( la mejor, sin duda ) en la que el guardia nocturno Larry ejerce de psicoanalista de Atila y lo hace llorar como un crío.
Curioso también contemplar el tributo a actores ya retirados prácticamente como Dick Van Dykes, Bill Cobbs o el inefable Mickey Rooney.
Aire fresco, que falta hace.Y si no tiene sobrinos, hijos o allegados a de corta edad a quien dar un rato estupendo de cine, vaya usted. Quizá no se arrepienta del todo y salga rejuvenecido como cuando aquellas sesiones matinales de sábado le hacían sentir que el mundo era perfecto y que no importaba dejarse engañar por una historia. Una buena: un llena-cines absoluto ( Nunca en una sesión de domingo por la mañana he visto yo el cine al que acudo tan pletórico, tan vivo, tan lleno )