25.11.07

Soñadores: El burgués en las barricadas





Por edad y por preparación intelectual, carezco del acervo sentimental que me hubiese permitido ver Soñadores con otros ojos. Los míos no vieron el Mayo francés del 68. Mis manos no levantaron barricadas. Mi pluma no escribió panfletos y pasquines, prosa incendiaria para quemar la rutina y cambiar el mundo. Tampoco nací en Chicago en los violentos años 20 (the roaring twenties) y, en cambio, aprecio y me involucro en el cine negro y en los patrones que explicita. En todo caso el mayo francés, por contaminación cultural o precisamente por falta de ella, queda más lejos. La culpa la debe tener nuestra política de posguerra y la que condujo a España al aislacionismo por la obra y gracia del Caudillo y su régimen. Era más tolerable que un mafioso atracara un banco o que una pareja de delincuentes de poca monta sembraran de cadáveres cinco estados en el decurso de sus fechorías que un ideólogo revolucionario tranquilamente proclamara a los cuatro vientos su insumisión a la ley y su desprecio por las tradiciones, incluyendo Dios, la Iglesia y el Poder Establecido, normalmente a la fuerza.
Pero Bertolucci, que es un perro viejo, no ha retratado con nitidez ese mundo de política de universidad y compromiso con la libertad y con el progreso. O, al menos, no ha retratado únicamente ese aspecto de la trama, por demás, minúscula, casi insignificante.
La historia de los dos incestuosos hermanos que hospedan a un atractivo universitario americano a pasar unos días en el apartamento de París sitiado por el caos (es eso, al fin y al cabo, lo que supuso en esos turbulentos entonces la Revolución: un caos, una liberación, una combustión, un desorden muy planificado) deviene en un ejercicio de sexo enfermizo, nostalgia, descubrimiento de la propia experiencia como motor del mundo y, sobre todo, un fresco imponente sobre la construcción de los ideales que alumbraron la sociedad en la que estamos.
Tanta ambición naufraga: acaba siendo demolida por una visión frívola de las cosas, escasamente apegada a tan altos ideales. Soñadores no es El último tango en París, aunque algunos así lo contaran a beneficio de cinefilia de escaparate. Soñadores es poca cosa, en el fondo: tres niñatos con la vida resuelta que entretienen el tiempo entre eyaculación y progresismo, entre la Rayuela de Cortázar y los discos de Charlie Parker en el pick up. Correcta en exceso, aunque carnal en la demostración de las aventuras galantes de estos tres revolucionarios de diván, la cinta entretiene, suscita una interesante discusión acerca de lo que cuenta y de lo que, no contándolo, insinúa.
Aquel París que creó la Nouvelle Vague, el París del jazz y de la poesía de Baudelaire, del malditismo intelectual y de hippies ataviados con versos telúricos a lo Whitman y una absoluta falta de prejuicios en el terreno sexual (del que Bertolucci da buena cuenta con un trío protagonista entregado a escenificar esa promiscuidad sin pecado, ese activismo venereo que no sólo buscaba el temblor, la mera consecución del placer sino también la osadía de su ejecución, la temeridad de su propaganda).
Encomiable el Bertolucci obstinado en abrir una puerta que no está abierta casi nunca: la del cine como etiqueta cultural, como referente ideológico, como tesoro sentimental de generaciones que aprendieron a vivir y a amar con las películas. Eso lo hace aquí, y lo hace con apreciable naturalidad. Luego está el aspecto político, aquella Revolución que luego resultó - a pie de urna- un fracaso y que quedó como exabrupto a beneficio de inventario nostálgico o, a lo sumo, como asunto de conferencias y manuales sobre el Pensamiento Político y Social en el siglo XX, dicho así pomposamente. Así la película es un desfile de cuerpos que se aman, de cuerpos que aman y hablan, de personajes imposibles que ejemplifican (arquetípicamente) el tantas veces contado y homenajeado sentimiento de la juventud del 68: sexo, drogas y cultura...a falta del rock n' roll, menos bien visto que el bebop, el blues o la canción protesta, géneros más fácilmente canjeables por adhesiones. Lo que pasa es que estos héroes únicamente abanderan su burgués sentido del ocio, su instinto domesticado entre cuatro paredes que rezuman cualquier cosa excepto ganas de querer cambiar el mundo.
Isabelle, Theo y Matthew son, a posta, piezas sacrificables de la ópera magna que Bertolucci quiere mostrar: su utopía está en los libros, está en el cine y en los corrillos de pasillo después de una clase de Filosofía en la Universidad, pero estas utopías no impregnan la sociedad. La verdadera revolución requiere sacrificios, exvotos, piezas que se inmolan para magnificar el ideal, y éstas operan en un nivel inferior (distinto, frívolo en ocasiones), de relevancia menor. Isabelle, una vírgen díscola, una vestal con explosivos vértigos uterinos, ocupa mucha pantalla. Sobre ella se centra gira el texto completo de la cinta. Eva Green no es Jean Seberg anunciando el New York Herald Tribune en las calles. La joven entregada al ideal de la revolución es también una niña perversa que derriba tabúes y forja, a base de guiños cinéfilos y alambicados parlamentos sobre la libertad, la ética y la responsabilidad política, su propio desvirgue, que es realizado por el mejor candidato, un americano fascinado por el palique pseudo-revolucionario y muy versado en Mao, en John Coltrane o en Chaplin o Keaton.





El cine es voyeurismo puro. La cultura, también.

Con todo, una película agradable, bien hilvanada, carente de fundamentalismos y ocasionalmente cursi, aunque digna y atractiva.

3 comentarios:

Mycroft dijo...

A mi me gustó bastante: Mayo del 68 es una especie de escenario que estos niños bien utilizan de patio de juegos.
Me gusta especialmente cuando vuelven los padres.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Sí, esa tienda de campaña improvisada entre butacones siglo XVIII y libros de Marcuse. A mí lo que me gustó mucho fue el arranque. Luego (inevitablemente) se pierde en eso que dices, juegos burguesitos, escaramuzas sindicales de niños bien con ganas de solucionar los achaques del mundo desde las cafeterías de una Universidad. También eso, que yo viví en mi época universitaria, tiene su encanto. Mi hígado y mis pulmones dieron cuenta. Eso hace que quizá me parezca cercana, aunque París quede lejos, sr. mycroft.

Anónimo dijo...

A mí también me gustó mucho. Sobre todo el diálogo, las citas sobre cine, sobre música, sobre América y Europa. La vi en sala grande, eso es importante. En cable la pasaron el otro día y no me impactó tanto. Eva Green ahora anda en paples de heroína para niños. Esto es asi-

Amy

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