1.8.25

Una golondrina de verano

 


 Preguntémonos con sinceridad si la golondrina de este verano es otra que la del primero y si realmente entre las dos el milagro de sacar algo de la nada ha ocurrido millones de veces para ser burlado otras tantas por la aniquilación absoluta. Quien me oiga asegurar que ese gato que está jugando ahí es el mismo que brincaba y que traveseaba en ese lugar hace trescientos años, pensara de mí lo que quiera, pero locura más extraña es imaginar que fundamentalmente es otro.


                                         Arthur Schopenhauer


Espero sin razón merecer el júbilo de saber por fin si habrá después del estipendio de los días que se nos concederán un tiempo de conversación con todos los que se fueron yendo y tal vez secretamente aguardan. Estarán mi padre y mi abuela. Es legítimo pensar que esperarán a que yo esté con ellos. Sería un gozo inesperado puesto que no he puesto de mi parte para esa gracia, para que mi incredulidad sea rebatida. En todo caso, albergo la esperanza. Por ellos, sobre todo. Por mi padre y por la madre de mi padre. Por poder decirles algo que no dije o continuar lo que dijimos por donde fuimos forzados a dejarlo. Por los amigos que se fueron. Hay algunos, pienso en ellos de vez en cuando. Hoy pensé en Antonio Linares mientras escuchaba la escalera al cielo de Led Zeppelin. Lo que le gustaba. Se ponía en trance nada más dejar caer la aguja sobre el primer surco de su esplendoroso vinilo. Cuidaba más sus discos que a sí mismo. Se fue empapado de alcohol y de felicidad. En cierta ocasión, me confesó ese esmero en la logística de los vinilos no era tan importante. Que podría desprenderse de ellos y, a renglón seguido, salir a la calle y comenzar de nuevo a comprarlos. Sabía todos los que tenía, sabía el orden de las canciones. He querido razonar esa extravagancia, la de borrar para escribir de nuevo las mismas líneas, con la misma caligrafía. Yo creo que tenía sentido. A veces querría uno deshacerse de uno mismo para reencontrarse de nuevo. Hola, qué tal, cuánto tiempo. Como si nos acostumbráramos más de la cuenta a ser quienes somos y se precisara una especie de limpieza temporal, un regresar quién sabe a qué línea del tiempo. Así que es la esperanza la que lo mueve todo. El tiempo no es una sucesión, un antes, un ahora, un después. No puede ser solo eso. Se pensará de mí lo que cada uno quiera, pero no es locura haber creído esta tarde ver a mi amigo Antonio en mi casa, mirando los discos, pidiendo que le ponga uno. La cuerda de la metafísica sentimental debe ser la que he sostenido hoy. Nada nuevo, por otra parte. A los que amamos y no están les debe parecer bien la reflexión vespertina. Ojalá. Uno persevera en lo terreno, que es la piel más cercana. La eternidad es un asunto que se escapa de cualquier consideración seria. Pero qué hermosa es la metafísica, la posibilidad de que la golondrina vuelva una y otra vez, aunque se haya ido para siempre. 

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