27.8.25

Nubes, Samsa, Greyhound




Albergo la tal vez muy primaria e irrelevante creencia de que en el fondo todos somos gente de lo más normal pero luego da uno con quienes, convencidos de su brillo en la conversación o de algún tipo de inesperado encanto, sacan la ocurrencia de que volar haciendo escala en Doha es la mejor experiencia metafísica que se puede tener hoy en día y, sin distraerme con censurar ese exabrupto aeroportuario, me encuentro, al escucharlo, riéndome por lo bajito, por no dar a entender que estaba atento, con el radar de la oreja afinado, encantado de que haya gente que dice cosas que yo sería incapaz de confiar a nadie. 

Tal vez por eso uno escribe: para poder decir lo que le venga en gana sin temor a que alguien sancione cualquiera sea el asunto sobre el que mi dispersión creativa ha decidido abrir un hilo (una fina hebra de ese hilo a veces) discursivo. Por eso a veces yo mismo me descubro desvariando, pensando extravagancias, incurriendo en ese hábito que, escuchado o visto cuando otros lo detentan, suele ser considerado ridículo, escasamente dotado para que prospere y alguien encuentre algún tipo de regocijo por su causa. Por eso (también) uno escribe, me permito insistir. Porque puede suceder cualquier cosa si se da con las palabras adecuadas, y quién podría apartarnos de su bendito influjo cuando esgrimimos la primera y las otras se van decantando tras ella y la música suena y el texto sucede y hay un anhelo platónico, pongo por caso, en ser un soldado imperial de Star Wars, en ser el sombrerero loco del delirio de Lewis Carroll, en tocar como Hendrix en Monterrey o en retirarse una temporada a un balneario y escribir una novela con el propio Thomas Mann supervisando los capítulos, aleccionándonos, no dejando que nos descarriemos y la trama se agüe. 

Lo que no tenemos a mano, cuanto está fuera de nuestro alcance, se acerca si lo escribimos o si lo leemos. La literatura, la cinematográfica y la libresca, nos abastece; nos conduce a donde no iríamos nunca. Le debemos ese viaje. La ficción es el combustible de la realidad, el lado oscuro - o luminoso o atroz o sensual -, el que hace soportable lo irracional que es. Por eso leemos, por eso escribimos. Y leer y escribir nos hace ser otro. Otro falso, si se me permite. Bendita impostura esa. Somos Gregor Samsa al despertar y ver las extremidades que le inventó Kafka o Funés el memorioso recordando todo lo que ha vivido o Paul enjabonando a Jeanne (tan anárquica, tan peluda) en un piso sin muebles en París. 

Estamos en Doha esperando el vuelo que nos conduzca a Tokio o en una estación de autobuses en Salt Lake City esperando un Greyhound (debe ser un Greyhound) que nos deje en San Diego. Estamos emocionados. Es la experiencia metafísica de la que oímos hablar hace un rato en el aeropuerto de Dublín. Ahora vuelo a once mil pies. Hay gente que bebe café o que duerme (yo lo hice unos minutos pero algo me hizo desvelarme) o que hace sudokus, pero sobre todo lo que la gente hace en los aviones es hablar. Si uno calla y se toma en serio el eventual oficio de observador o de escuchador se pueden extraer historias fascinantes, carne para la bestia creativa. Las vidas que no son nuestras son las que de verdad deseamos. Lo propio, lo que damos como nuestro, es una instancia más, a veces la menos soportable. 

Una vez un amigo me hizo pensar en si la vida que llevo se asemeja a la vida que escribo. Quizá no había caído en ese matiz o sólo lo he entrevisto, sin la atención que merece, como si no tuviese instrumentos con los que razonarlo. Y no los tengo. La vida queda en un lugar de difícil asiento al que le aplicamos con esmero un barniz de ficción. Por si así es más fácil atravesarla. Por si necesitamos tener a mano un refugio y sabemos que allí estaremos bien. Tengo el móvil en el avión en modo avión. 

En hora y poco aterrizamos, me fumo un cigarrito en cualquier zona habilitada (en este año me he determinado a dejar el torpe vicio del tabaco) publico esta nota celestial. Adenda: en los cuarenta años que llevo escribiendo de seguido mi talento no había llegado tan alto. De cualquier forma, en esto de escribir se debería ser siempre un debutante y hasta ruborizarse si alguien se erige en elogiar algo que ese talento (no siempre dúctil ni obediente) haya volcado en palabras, en frases cogidas unas de las otras como haciendo un mapa de quién sabe qué reino invisible. Y sí, a la gente normal no le da por escribir. Adenda final: por lo que veo por la ventanilla estamos sobrevolando La Mancha, voy a ver si descabezo un sueño y abro los ojos en Málaga.

No hay comentarios:

Frenadol blues

  Andaba enredado en una página seria, qué sabrá uno, en la que se contaba amenamente que unos científicos han descubierto que el tiempo pue...