30.8.25

Edimburgo




 No haber tenido una vida de piedra antigua y de frío carcelario y, sin embargo, entender al ver estas piedras y sentir este frío que hubiese estado bien que me nacieran escocés de Edimburgo, pero luego me comido, doy un paso atrás, no uno, muchos pasos, y pienso en las inconveniencias reumáticas que probablemente malograrían la vejez robusta en la que entregarme al loco trajín de los placeres mundanos, tan de arrimarse como son a su dispendio en esas edades provectas, las de pasear las avenidas y los parques y tejer la intimidad con hilos serenos, después de haberse uno ocupado de las obligaciones del trabajo, las aunque, por otro lado, qué jolgorio de luz en el sur, qué blanco el aire y con qué embeleso se da la mirada a festejar toda esa elocuencia de la cal y de las flores en las ventanas y en los balcones de esta tierra del sur que respira conmigo y, salvo en el despiadado verano, me abraza con encomio de amante, con colmo de vivida vida. 

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