4.5.25

Sumatra, Varsovia, Urales



I

Mamá y papá son un atlas. 

En la lógica cartográfica,

en esa serenidad sin clausura ni avatares,  

colmada de colores que explican el aire,

los países son extensiones del alma;

el corazón, un terco milagro sin dueño.

Tengo el vicio pequeño de ir

de un lugar a otro con el dedo.

Recorro la distancia que ocupa

ese instrumento despreocupado e intrépido. 

Repaso los ríos, voy perfilando

la longitud retorcida de las costas.

Miro los impedimentos del cauce,

cuido de que la corriente

no desgracie la extensión

horizontal de mi empeño. 


II

Pienso en la suma sencilla de accidentes geográficos,

en el inventario de ocasionales incidencias topográficas.

Pienso en papá yendo al trabajo al abrir el día,

en mamá poniendo en orden 

la provincia de la casa,

pero todos esos años ahora no existen.

Mamá cuenta fichas de parchís

en una residencia de ancianos en la sierra. 

Papá ordena los fastos de las nubes. 

El mapa fue calcinado por el olvido.

Lo ha arrasado el tiempo, 

pues ese es uno de sus crueles oficios.

Arrasó las montañas, las redujo a un pulcro silencio.

Las carreteras se pierden siempre página adentro

sin un cielo hondo que las vigile,

sin ardorosas estrellas ni secretas nubes.

Un atlas es un secreto dentro de un secreto.

Un atlas es un corazón al que le han borrado la sangre.

No hay río que se amarre a la tierra, 

no hay un cielo tangible, ni océanos de luz.


III

Viajo solo, escribo solo, siento solo.

Esta orfandad de clausura y de abrigo. 

Esta liviana composición de los días. 

Está vacía la luz, no tiene pulso en su centro,

se ve cómo vibra y a cada latido se aleja.

El mapa de la infancia está abandonado

a su triste suerte testamentaria.

Papá presumiendo de la geografía de España.

Mamá pensando en si seré un hombre de provecho.

Las páginas de la vida son un despilfarro de erratas.

Las palabras son la herramienta del cartógrafo.

Trazamos rutas invisibles en los mapas del alma.

Decimos: esto lo haré mañana, esto ya lo hice.

Cerramos los ojos y acuden los recuerdos

como fotografías de un álbum casi siempre ajeno.

No seremos nosotros, cómo podríamos serlo.

No he estado en el puente que cruza aquel río

en donde el agua era de imperios y de batallas.

Y, sin embargo, soy yo el de la instantánea.

Podría ser cualquiera en cualquier puente.

Todos los ríos son el mismo río.

Los imperios, la batalla, el mismo imperio, la misma batalla.


IV

El insensato mapa de la felicidad

convertido en la memoria del dedo que lo surca,

el dedo metafísico, el voraz,

el que escruta el alma dispersa en los perímetros

y la cuestiona y con afán hiere.

Los libros son mapas de un mundo a punto de ser revelado,

un vestigio de la hondura dulce de los recuerdos. 

El corazón es un prodigio sin brújula.

Papá con su libro de viajes. 

Mamá con su hilo de colores. 

El atlas es un cuerpo que gime y danza. 

Allí la lluvia que nunca cae. 

Allí el verdor de los pastos. 

Veremos las ciudades, pasearemos las calles nuevamente.


V

Es la memoria la que escribe.

Suyo es el poema, no mío.

No tengo propiedad sobre nada que revele.

He perdido la trama. 

Confundo los recuerdos.

Papá con su memoria de tabernas

y mamá con la de las los encajes. 

Toco el mapa y siento que regreso.

Las islas. Las ciudades. Las cordilleras. 

Conozco todavía los nombres. 

Sumatra. Varsovia. Urales.  

Me estoy haciendo viejo. 

Ella está joven todavía. 

Hoy comió chocolate.

Le dijimos: felicidades. 

Hubo un ramo de flores.

Él canceló la servidumbre de los calendarios. 

Dijo querer irse y se perdió en la bruma de un sueño.

Había visto mucho mundo.

Tenía el dedo gastado de recorrer los mapas.


VI

La vejez es la edad 

en que las novedades son recuerdos.

Todos los mapas son del pasado.

Hemos estado en todos esos sitios.

Hemos vuelto. Los hemos olvidado. 

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