19.5.25

La caligrafía de la belleza


Yo soy mi escritura, escribió hace unos días la poeta de la extrañeza y de la sensibilidad, Efi Cubero. La inspiración es la caligrafía del azar, añado yo, que me esmero, lo juro, en la caligrafía, y  me izo, avanzo, reculo, desisto, regreso. Llegará el día en el que escribamos turbados por el estro en cenadores venecianos, en terrazas a la caída de la tarde, puros, hermosos, oscuros, extraños, o junto a surtidores que vierten azahar o la esencia de pinsapo de la que me habló una vez Fernando Oliva, mi amigo gaditano, el urdidor de la portada de Mala, mi novela, mi caligrafía extensa (son casi cuatrocientas páginas). Luz la novela también. Luz y asombro juntamente. Porque la luz hace que veamos lo que tiende a estar oculto. La belleza tiene su heráldica secreta. Hace falta oficio para dar con su clave. No es asunto que se despache siempre a golpe de vista. El arte requiere un aprendizaje. Por eso me esmero en la caligrafía, en el traje, en la apariencia, en lo que me hace ser mejor y saber que avanzo, aun escorándome  o izándome o desistiendo o regresando, da igual, el asunto es que haya trayecto y haya trama. Hoy mi amigo Raúl Ariza, qué felicidad tener tantos amigos, me ha dicho que puje, que avance, que dé de mí lo que sepa o lo que pueda para que la literatura adquiere peso y trace un vuelo. No han sido esas las palabras, pero esa era la idea. Trayecto y trama. Todo lo que nos perturba nos hace mejores, nos hace más grandes, nos hace más sensibles. Hoy lunes estoy de una sensibilidad herida. Serán los fármacos. Acarrea uno ya más de lo que querría. La edad cobra sus peajes. O los excesos. 

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