15.11.22

Hiperión

 




I

Días que parecen muchos, me dijo K. No es solo que pesen. No es el peso. Es el espacio que ocupan. La certeza -la lamentable certeza- de que no se pueden estirar más y hacer que puedan alojar los vicios privados, todas esas ocupaciones a las que no se entrega uno lo que querría, las que anhelamos secretamente o a voces, da lo mismo. Quizá por eso está el trasnoche. Qué palabra más hermosa. Hay pocas que posean la hondura de trasnoche. Parece que estamos transgrediendo algo, no sé. Como si el tiempo nocturno en el que nos dedicamos a lo más acendradamente nuestro sirviera para acometer mejor las labores del día, que no son nunca pocas. Como si apurar las horas de la noche en leer un libro o en ver una película o en escribir o en escuchar música contribuyese a que el trasegar posterior se sobrellevase con más soltura. Y bien sé que no es así. La edad cobra sus peajes, pide el arancel de su causa. 


II

No siempre se da el caso, pero hay ocasiones en que el futuro no interesa, ni el presente. Solo se inclina el apetito a despacharse una dosis generosa de clásicos. Leer entonces a Keats en un espacio de sombra, llegar donde nos conduce, advertir la hondura, saber aceptar la luz, comprender toda la oscuridad y regresar con un júbilo que no se sabría contar. Es lo inefable lo que nos hace más felices. Hiperión, un fragmento. Aquello que no es posible rebajar a la palabra. Lo que está, lo que tenemos la seguridad de que está y que, sin embargo, no podemos difundir, ni querríamos, aun sabiendo. Anoche fue Keats, poco antes de alcanzar el sueño. Hoy lo he recordado al comenzar el día. He pensado: Keats me espera después, cuando regrese a casa. Hay poemas que me esperan. De un modo que tampoco podría explicar, la belleza me conoce y me espera. Días que parecen muchos, K. Noches que se persiguen y se pierden. 

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