6.11.22

310/365 Dave Brubeck

 


Los Lennon y McCartney del jazz son Dave Brubeck y Paul Desmond. Swing grácil, melodías pulcras, hasta tuvieron su lado oscuro: todas esas piezas en las que contravinieron lo grácil y lo pulcro y facturaron piezas de una osadía antológica. Take five es uno de esos estándares imbatibles del jazz. Time out, una de los mejores discos para entrar en el jazz o para no salir de él. Dave Brubeck era el anti-divo. No se parece en nada a John Coltrane o a Dizzy Gillespie. Ni musical ni estéticamente. Ni siquiera guarda parecido físicamente. Brubeck es blanco y lleva unas gafas de pasta que lo hacen complemento perfecto para los personajes de Scooby-Doo. Fue un tipo normal en una época en que muy pocos músicos lo eran. Su jazz no es furioso, ni contracultural: es hermoso, limpio, extraido de la banda sonora de un sueño infantil de Louis Armstrong. 

Desmond era en realidad el compositor de Take five. Hay en este Time out piezas igualemente memorables. EstáBlue rondo a la turk o la gloriosa Kathy's waltz, que arrrebata por su cadencia clásica revestida de fundamentos dignos de algún Strauss.

Pocos discos de jazz ( ninguno, siendo estrictos en la aseveración ) más luminosos que éste: injustamente devaluado, nació en la época equivocada. Arrasaba el free jazz, el be bop, el jazz de piruetas mágicas, ajeno a la ortodoxia de la melodia y entregado, con vocación rupturista, a la exploración cuasicientífica de nuevos tonos, de lenguajes sofisticados, vanguardistas. El aficionado purista (qué dislate eso) recela de Time out porque representa como ningún otra obra el jazz apropiado por la masa (aceptado masivamente) consignado como material de intercambio comercial. La melodía de Take five todavía se oye en muchos anuncios y yo mismo me sorprende tarareándola distraídamente. 


Que se empeñen en oscurecerlo: razonablemente desintelectualizado, es un disco maravilloso, contagioso, ideal para tutelar conversaciones suaves cuando la fiesta ha acabado y los feligreses departen entre cojínes el júbilo de esa ebriedad dulzona de saberse plenos, divinos casi.

The Dave Brubeck Quarter explotó hasta el desmayo el éxito descomunal de Time out, el disco con glamour del jazz. Si uno es inocente (neófito) y precisa un cierto adiestramiento en el género, éste es el disco ideal. Take five o Blue rondo a la turk son las piezas idóneas. Si uno está ya de vuelta y anda metido en viajes astrales de más profunda hondura jazzística, tiene que volver a este disco como quien vuelve a su niñez, a la infancia reventona de juegos en al patio y nubes que pasan. Además ( y un además muy importante ) es uno de los discos más vendidos en la, en ocasiones, pobretona lista del jazz, dura poquito ( 38 minutos ) y sabe a gloria. Cuando uno quiere sumergirse en terrenos más pantanosos, en experiencias de mayores y más barrocos vueltos ( y éste no es, en absoluto, bajo ni leve ) que busque a Cecil Taylor o a los discos místicos de John Coltrane, que hay en ellos suficiente material como para entretener (deleitando, claro) paladares perfectos. Éste no queda a la zaga por mucho que algunos (atrincherados en la intransigencia, en la pureza, en cierta concepción unívoca de los placeres ) se empeñen. 

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