Al árbol muerto lo agasaja de vértigo el aire. Un fuego sin cuerpo abraza el tronco roto del que prende un desquicio de tosca lejanía. Está la muerte misma ofrecida como un cántico. La desolación absoluta como un temblor. Ni la lentitud prospera. Se impregna la luz de una fiebre abandonada. Todo en el árbol se desdice. Una prudencia con su blonda de silencio ocupa la memoria de su ensimismada travesía sin centro. Será la lluvia la que apremie su vocación de altura. La raíz es un misterio del que no se hará evangelio. Una especie de catedral en ruinas. Una religión sin un dios que la acune. Un templo del que solo perdura un altar. No tendrá quien se recree en el antiguo solaz de su sombra. Hay un bullicio adentro. Consta su clamor, cunde su anhelo de puro erguirse. Un árbol muerto es un fracaso de todos los bosques. Las hojas lo desobedecen. Cuestionan la ciega velocidad de la tragedia
19.9.21
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