13.5.21

Dietario 116

Hay lugares de los que somos reyes, refugios a los que acudir con la deliciosa idea de perdernos. Lo de perderse sigue siendo una pretensión fascinable, una a la que no damos casi nunca asiento, en la que fantaseamos y donde creemos que estaremos bien, pero basta perderse un instante o varios y no sabe uno cómo estabular esos datos. Hoy llevo todo el día pensando en el mar, en encontrar en él un lugar en el que aquietar el trajín de los días, el tráfago (cómo adoro esa palabra) que me escolta y con el que convivo. Está lejos el mar, pero escucho su rumor en mi memoria. En ella no hay flaqueza, ni hastío. Zambullirse en él (eso quise) y alejarme de la orilla, hechizado por  la distancia cubierta, ocupado en alcanzar el fatigoso horizonte. Da ese bracear una visión muy precisa de la vida que discurre en la costa, en el interior.  Nada como el mar para adquirir esa invisibilidad, ese desvanecimiento. Luego está la vuelta, la vuelta feliz a la tierra, que es donde tenemos el placer de lo amado, pero el mar, ah el mar, el mar nos limpia, el mar nos despeja, nos hace mejores incluso. Me ha hecho sentir bien pensar en todo esto hoy jueves, yendo de un lado a otro. Hemos estado los dos, el mar y yo, juntos, invitándonos a que nos dejemos llevar. Él conmigo, yo con él. Como en unos de esos poemas metafísicos de San Juan de la Cruz en el que el amado sentía el amor con la pureza de lo eterno, con la limpieza de lo absoluto, con la ternura de lo indecible. La lluvia (hoy empieza a apretar la canícula en mi tierra) también nos conduce también al mar, no sé por qué se me acaba de ocurrir esto. Como una madre a la que vemos amamantar a su hijo y nos hace pensar en la nuestra. Igual que el fuego anticipa la ceniza y lo oscuro, en su confín sin volumen, la eclosión de la luz. El mar es un preludio del alma. Largo el día, pero todavía huelo la sal y siento las olas ir y venir en mis pies. 

1 comentario:

eli mendez dijo...

Una belleza como todos los textos que escribes.
Saludos.

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