10.5.20

K.

A P, a A., sobre todo

No sabemos del amigo que le contó a Machado el secreto de la filantropía. Tal vez él nos cuente el trasegar triste del poeta, su frivolidad intercalada de tragedia, su penar improvisado, su sensata mirada. A veces escribir es invitar a los amigos para que dejen su consideración sobre lo que se va diciendo. Yo tengo a K., que no siempre está a mano y a veces, escurridiza y con antojadizo capricho, se escabulle, no comparece, se da por no aludido. Otras, las menos, requiere que se le cuestione el parecer. Si lo que vamos a diario registrando es compartido por su criterio o, bien al contrario, discrepa, interpone una discrepancia, la hace vigorosa, incluso desbaratando la trama principal. No sé cuándo pensé en contar con K. y si él se dejó por la buena amistad que nos une o por divertimento intelectual. No me imagino escribir sin que K. haga sus consideraciones, refute con su genuina injerencia suya o acate o hasta celebre que se me haya ocurrido tal o cual cosa y se le haya hecho cómplice en esa (a su juicio, nunca al mío) hazaña. Cada vez que pienso en K. acabo pensando en mí. También ocurre a la reversa. Lectores acostumbrados (es la amistad la que hace que agucen el sentido y comprendan) me piden que no le haga caer en el olvido. Es como si un personaje de pronto adquiriese volumen y la voz que usa fuese una voz de verdad, no la impostada a la realidad, falsa a poco que se indaga. Me preguntó M. sobre quién era K. Le dije vaguedades, no quise entrar en faena, eludí, que es una manera elegante de evidenciar que no era deseo mío contestar. Hoy, sin embargo, escribiendo un cuento sobre un lord inglés que descubre en el sótano de su mansión el cadáver de lo que parece un perro, creí a K. no le acabaría por gustar esa inclinación policíaca de la historia. No sabe uno escribir de todo, hay límites. Decía Highsmith, adorada ella, que no es necesario escribir sobre lo que se conoce. Que ella no tenía muertos en el salón y, sin embargo, los muertos eran materia primordial de todos los salones que aparecían en sus novelas. Un día sacaré a K. de su confinamiento. Diré a las claras quién es, dónde vive, si es amigo de los paseos largos o no pasea en absoluto, si se entusiasma con la música de cámara o es más de bolero, si alardea de algún atributo reconocible o no tiene virtud de la que alardear. Un poco como uno mismo, ustedes me comprenderán. Al cabo de los años, a pesar de que llevemos todo ese tiempo en intimidad con nosotros mismo, ¿qué podemos decir de lo que somos? ¿Tenemos conciencia fiable de nuestra personalidad? Bueno, algo sabemos. Hay evidencias tangibles. A mi amigo P. le gustan los jardines y a A. la cerveza en tercio, no en quinto, por favor, los quintos son una blasfemia en materia cervecera. Pero poco más, de verdad que poco más. He vuelto a leer el libro que acabo de publicar (Caballos perdidos en la tormenta, colección Quaderna Via, editorial Cypress) y, ah sorpresa mía, K. aparece en varias ocasiones. Me encanta haberle dado esa contundencia de libro. Está para que la posteridad no le desoiga. Habrá alguien (quién sabe cuándo, incluso cuando ni él ni yo estemos vivos) que se pregunte por él y tenga interés en saber qué relación tuvo con el autor. Añado más interrogantes: ¿fueron juntos a la escuela? ¿Compartieron los mismo gustos gastronómicos? ¿Se ponían nerviosos por las mismas cosas? Todos tenemos dobles. Están en el espejo, se agazapan detrás, acuden si se les llama, aunque tampoco estoy muy seguro de eso. Ahora, de hecho, no le veo por ningún lado, no está. Espero que luego acuda, lea esto y haga algún comentario en el blog o en el facebook. Si no lo hace (nunca lo hace) no lo echaré en falta. Le quiero sin esas concesiones hacia mi persona. P. y A., a los que quiero mucho, sabrán las líneas que faltan, el texto birlado, la parte elidida, el sujeto elíptico. Ah qué ganas me han dado de pronto de volver a dar clase al decir eso de "sujeto elíptico".... Algunos comprenderán. Siempre hay quien comprende, quién no. De eso se trata. Ni yo mismo tengo los alcances para comprenderme a mí satisfactoria y de forma ininterrumpida. Qué más quisiera. O no. Que tengan un estupendo domingo.

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Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.