7.7.19

Díptico

I
Uno no es de lisonjas, no las da ni se ofrece a darlas; las pocas que inadvertidamente se aventuran no cuajan, flaquean en el propósito que se les asigna, dan la evidencia de que se han construido descuidadamente o que nos arrebató el entusiasmo y no supimos dar con las palabras correctas, las cuadradas y cabales. Tampoco he sido aficionado a dar pábulo al rumor. Al rumor lo alimentan los cuervos, escuché o leí una vez. Lo que se escucha, lo confiado y lo cabal y lo estricto, no siempre nos convence. Le damos la atención mínima, el crédito más pequeño. Somos crédulos con dificultad, somos inocentes muy raramente, me expreso en un plural concesivo. O lo creemos todo fervorosamente y abrazamos la causa ajena. Tampoco sabe uno a qué atenerse, en qué postura sentirse cómodo, no hace falta tal vez la comodidad, está bien la zozobra, el no tener un pie en el suelo o ninguno. Hay quien se nos cruza con intención de permanecía y quien ocupa el instante únicamente y apenas nos escucha y solo se cuida de escucharse a sí mismo. Quien a la primera nos conmueve y del que sabemos con certeza que no olvidaremos, aunque no sea asiduo en adelante y lo sepamos de fiable antemano. Hay quien nos ama sin que lo percibamos. A quien le profesamos ese amor y no lo aprecia o no se percata. Quien no duda en insistir para que le abramos el corazón y quien se aplica en tener el suyo desconsoladamente abierto. Quien la pifia a poco que haga y quien lo borda sin gasto ni esfuerzo. Quien es excusado por mucho mal que produzca y quien nunca será alabado por más que triunfe. Se viene a este mundo con esos privilegios, los de caer bien, los mejores considerados, o trae uno esa condena, la irreparable, sin que se pueda borrar esa marca natalicia, sin solución ni apresurada enmienda. Hay quien cae en gracia y quien es gracioso, suele decirse. Hay quien se apura ante una leve contrariedad y quien reclama las grandes por probarse. Hay quien se ahoga en un vaso de agua y quien se divierte braceando muy mar adentro. 

II
Está el domingo tranquilo, la calle está vacía, la cruzan algunas coches y viandantes envalentonados, ya no es hora de ponerse a andar, salvo que no haya remedio, no lo habrá. La tarde está invitándonos a no tener de ella mucho conocimiento; en verano, las tardes (al menos las tardes en mi tierra) no tienen el pedigrí de la noche o de la mañana recién inaugurada. Es lo que no me gusta del verano, que se le van quitando tramos, se le acorta, dejamos sólo los momentos en los que el sol no nos fustiga. Porque eso es, en muy resumidas cuentas, lo que ocurre: el sol haciendo su oficio y nosotros, a la manera que cada uno inventa, buscando la sombra, tratando de escapar, deseando que podamos salir y pasear y no tener que lamentarlo más tarde. 



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