6.7.19

Gestos


“No suspires, no frunzas las cejas”. Es un verso de un vals pillado en un cuento de Ray Bradbury que me regaló hace cosa de un mes mi amigo José Antonio. Me agradó mucho el encabalgamiento silábico en “fruncir las cejas”. Desde que lo leí, he procurado observar ese protocolo, no salirme de su sana recomendación, la de no suspirar, la de no fruncir las cejas. Hay días en que no me cuesta trabajo en absoluto. Hay otros días en que no se me ocurre otra manera para expresar mi relación con la realidad y suspiro y frunzo. Debo confesar que es una relación compleja. La de quién no. Ayer, sin ir más lejos, comenté a un amigo la conveniencia de respetar esas dos pequeñas máximas. Al escucharme, lo primero que hizo fue ensayarlas. Primero suspiró, después aplicó la frunción al gesto, descompuso el ceño y tan pancho. Le di la mano y prometí llamarlo en breve a ver qué tal le iba. Creo que le acabará dando la vuelta al consejo. Estoy por decir que le funcionará a la perfección. Hay gente que todo lo entiende al revés.

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