He vuelto a Carver estos días. Leo de manera caótica y Carver cuadra bien con el caos. Se lee sin que se necesite sacrificar nada. Hay novelas que se leen bien cuando cancelas la realidad que las rodea. No pasa así con Carver. No conozco otro autor al que acuda con más frecuencia. Me pongo de pie frente a las estanterías de mis libros y cojo un libro de Carver, ninguno en especial, uno cualquiera. Anoche cogí Catedral. Abrí al azar y releí en pocos minutos uno de los cuentos. A Carver se le puede leer de pie. Se le puede leer mientras estás haciendo cosas. Pones en la cocina un huevo a hervir y ocupas los minutos en que el huevo se desentiende de sí mismo y procede a obedecer las leyes de la naturaleza en leer un cuento. Ninguno pasa de las treinta páginas. Algunos tienen seis a lo máximo. Nuestro Raymond Carver es Quim Monzó. En Catedral hay doce cuentos. Un libro corto. Se puede despachar en una mañana, si es de verano, en una tumbona, cerca del mar. La primera vez que leí a Carver fue en Fuengirola. Mis hijos eran pequeños. Salimos la noche de antes y pillamos una librería a punto de cerrar. Mi mujer quiso entrar, era cosa de ver si había algo para los niños. De camino ella compró algo, yo también. La librería se llama Teseo, es estupenda. Arriba tienen una planta para pequeños y adolescentes y a la entrada, hacia las escaleras (creo que había unas escaleras) están todos los demás libros, los de adultos, no entiendo bien esa fractura entre edades, pero debe ser la política de empresa, no es la primera vez. El libro que compré fue Catedral, edición de Anagrama. Lo leí al día siguiente o quizá tardé un par de ellos, no puedo recordarlo ahora. Sé que Carver, leído en la playa, es una cosa asombrosa. Los cuentos, a diferencia de la ascendencia novelística, pueden ser retomados a placer, sin contar las veces. Puedes leer veinte veces La casa de Asterión, el mejor cuento de Borges. O Parece una tontería, el mejor de Catedral. Hubo una época en que recordaba de qué iba cada historia, pero se va diluyendo uno, no es capaz de tener la plenitud memorística de antaño. Es bastante que me acuerde Teseo y de la lectura de Carver en la playa, en el chiringuito de Salvador. Seguro que bebí cerveza mientras leía. Se puede hacer esas cosas: leer con una buena lata de cerveza en la mano. Lees un poco, levantas la vista, observas el mar, te sientes reconciliado con el cosmos y con la mecánica celeste y después de dar un sorbo largo vuelves a la lectura. Anoche releí Parece una tontería, A small good thing, en inglés. Trata de pasteles y de hijos y de los deseos que se cumplen y de la realidad estropeándolo todo al final. Volvemos a Cernuda, no sé por qué se me ha ocurrido que no tienen nada que ver Cernuda y Carver, pero hablaban de la misma pequeña cosa, tonterías probablemente. No prueben a dejar un huevo y darse a la lectura. A veces sale bien, pero no es lo normal.
18.7.18
Una catedral en el mar
He vuelto a Carver estos días. Leo de manera caótica y Carver cuadra bien con el caos. Se lee sin que se necesite sacrificar nada. Hay novelas que se leen bien cuando cancelas la realidad que las rodea. No pasa así con Carver. No conozco otro autor al que acuda con más frecuencia. Me pongo de pie frente a las estanterías de mis libros y cojo un libro de Carver, ninguno en especial, uno cualquiera. Anoche cogí Catedral. Abrí al azar y releí en pocos minutos uno de los cuentos. A Carver se le puede leer de pie. Se le puede leer mientras estás haciendo cosas. Pones en la cocina un huevo a hervir y ocupas los minutos en que el huevo se desentiende de sí mismo y procede a obedecer las leyes de la naturaleza en leer un cuento. Ninguno pasa de las treinta páginas. Algunos tienen seis a lo máximo. Nuestro Raymond Carver es Quim Monzó. En Catedral hay doce cuentos. Un libro corto. Se puede despachar en una mañana, si es de verano, en una tumbona, cerca del mar. La primera vez que leí a Carver fue en Fuengirola. Mis hijos eran pequeños. Salimos la noche de antes y pillamos una librería a punto de cerrar. Mi mujer quiso entrar, era cosa de ver si había algo para los niños. De camino ella compró algo, yo también. La librería se llama Teseo, es estupenda. Arriba tienen una planta para pequeños y adolescentes y a la entrada, hacia las escaleras (creo que había unas escaleras) están todos los demás libros, los de adultos, no entiendo bien esa fractura entre edades, pero debe ser la política de empresa, no es la primera vez. El libro que compré fue Catedral, edición de Anagrama. Lo leí al día siguiente o quizá tardé un par de ellos, no puedo recordarlo ahora. Sé que Carver, leído en la playa, es una cosa asombrosa. Los cuentos, a diferencia de la ascendencia novelística, pueden ser retomados a placer, sin contar las veces. Puedes leer veinte veces La casa de Asterión, el mejor cuento de Borges. O Parece una tontería, el mejor de Catedral. Hubo una época en que recordaba de qué iba cada historia, pero se va diluyendo uno, no es capaz de tener la plenitud memorística de antaño. Es bastante que me acuerde Teseo y de la lectura de Carver en la playa, en el chiringuito de Salvador. Seguro que bebí cerveza mientras leía. Se puede hacer esas cosas: leer con una buena lata de cerveza en la mano. Lees un poco, levantas la vista, observas el mar, te sientes reconciliado con el cosmos y con la mecánica celeste y después de dar un sorbo largo vuelves a la lectura. Anoche releí Parece una tontería, A small good thing, en inglés. Trata de pasteles y de hijos y de los deseos que se cumplen y de la realidad estropeándolo todo al final. Volvemos a Cernuda, no sé por qué se me ha ocurrido que no tienen nada que ver Cernuda y Carver, pero hablaban de la misma pequeña cosa, tonterías probablemente. No prueben a dejar un huevo y darse a la lectura. A veces sale bien, pero no es lo normal.
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