24.7.18

Trabajos de amor baldíos


Mi amigo K. es un vago sublime, uno de esos tipos que podría estar días enteros enfrascado en las obras completas de Chesterton. Dice que es un trabajo que haría con brillantez. No hay trabajo en leer a Chesterton, en escuchar a Parker o en dejarse los ojos en todo el cine alemán de Lang, le informo. Todas esas cosas no son trabajo, labor remunerable. No lo entiende, no le entiendo, pero no he dejado de darle vueltas al hecho de ejercer de forma impecable un oficio inútil, que no rinda al resto. Se puede ser perezoso de un modo absoluto. La cosa, al cabo, es hacer algo en lo que no se escatime ninguna brizna de talento. Luego está eso de en qué cosas uno posee algún talento. En leer a Chesterton, por ejemplo. No digo ya en confiar luego lo leído a alguien o en presumir de que la lectura ha sido altamente provechosa. Es únicamente el hecho físico, privado, de una intimidad brutal, en el que uno coge algo de Chesterton, no necesariamente una novela, mejor un volumen de ensayos, y entabla un diálogo. A K. le encanta esa certidumbre, la de que no debe haber una descomposición posterior del texto, que todo permanezca atesorado adentro, como una cosa muy frágil que los lances de lo exterior pueden malograr. En esas andamos los dos. 

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 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.