4.11.10

Caché/Escondido: La memoria invisible


Anoche, convencido de que merecía una segunda visión, busqué Caché/Escondido y cerré el día enfrascado en su trama sutil, en su abrupta estética. Me acosté nervioso, no pillé el sueño como debiera y me he levantado pensando en la película. Mientras preparo el café, reedito el original, borro párrafos, añado otros, reformulo la impresión de que el cine puede cambiar la sociedad. Le hago el redux de rigor.



Los intelectuales, en Francia, son legión, son unos héroes, son admirables, respetados. Al intelectual galo se le releva del compromiso mundano de un trabajo estajanovista y proletario y se le ocupa en un micrófono o se le da una columna para que viva exento de los primores de lo vulgar y sobre ese altar despotrique con desapasionamiento contra el discurso de lo social, la trama política y las formas de la cultura. El protagonista de esta cinta, Georges Laurent, interpretada magníficamente por Daniel Auteil, es ese héroe: el personaje que no construye su vida bajo el avatar de la épica al modo clásico, pero que escalafona en la sociedad como el guerrero de antaño y ocupa un lugar irreemplazable, el lugar del crítico. Eso, en España, es todavía impensable. Francia, en términos de laicidad, en estos flecos de la cultura, nos lleva cuarenta años de ventaja.
Haneke, el director, es un crítico más: uno que se ha arrobado la revelación pública de la corrección política bajo la que palpitan, enconadas, mentiras, desastres, miserias y barbaries de variado pelaje.
Haneke levanta una fábula sobre la hostilidad del Estado de Bienestar, un cuento moral sobre la fragilidad de esta Europa de alianzas y pactos fragmentados por imperativos locales demasiado poderosos, representada por un hombre de letras, un reconocido intelectual que advierte cómo algo o alguien le filma y le envía las cintas de esa grabación. Esa sensación de ser espiado produce una serie de consecuencias previsibles, pero una se aparta de la lógica, que es la que soporta el grueso de la trama del film. Laurent comienza a cuestionarse muy seriamente su vida al punto de indagar con vocación cuasidetectivesca sobre su propia existencia, sobre su propio pasado. El suyo que es el pasado de Francia desde que la Segunda Guerra Mundial sellara las heridas de varios siglos de renuncias y fracturas sociales.
Embutido en un ampuloso diseño de thriller, Caché exhibe un más que convincente dominio de lo narrativo. La trama va abriendo tramas nuevas y clausurando certeramente otras. El grado de suspense está, no obstante, abruptamente abortado. El ingreso de la confusión en el orden, la irrupción violenta de un elemento inestable en un sistema fiable: eso es lo que Haneke explota, ahí es en donde esboza su visión de la sociedad, que no deja de ser un sistema fiable al que de pronto el azar o la política o la volubilidad laboral encomienda el sustento de un elemento disgresor, de un elemento nuevo que aspira a quedarse.
No es posible amenizar un film de esta hondura política sin que las concesiones comerciales, en ocasiones, parezcan demasiado livianas. Como si Haneke supiese que debe rebajar el tono doctrinal y apocalíptico y permitir retazos de cordura, aires frescos, cometas que vuelen la esperanza de la redención.
El lenguaje, excesivamente elíptico, fragmentado, como roto a posta, obliga a tomar un posicionamiento muy activo en el visionado del film: la ficción y la realidad, los instrumentos tradicionales de la composición literaria, se engarzán aquí formidablemente.
Las cintas de video son trampas de lo real, bombas ideológicas que dinamitan la plácida vida libresca de un matrimonio enteramente funcional, integrado y, sobre todo, ficticiamente blindado ante los rigores de la realidad. Cuando los mecanismos de protección se desactivan, la vida se hace thriller, adopta matices de suspense puro y termina, obligada y tozudamente, cuestionando la verdadera naturaleza del alma humana, la que conecta lo banal con lo trágico, lo estrictamente cultural con lo patológico.
El film se cierra sin cerrarse: propone todo sin dar soluciones válidos. Hay un sentimiento de engaño. El cine es engaño, al fin y al cabo. Haneke domina el medio cinematográfico, pero se burla de un espectador al que manipula con estilo. El cine es manipulación, al fin y al cabo.

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5 comentarios:

Julián Calmaestra dijo...

Me la apunto ahora mismo. Me descorazonó Funny games, en sus dos versiones. Haneke me turba y a veces no entiendo qué me quiere contar. El desaliento de un mundo quebrándose, más o menos. Esta Caché es más de lo mismo, por lo que veo en tu reseña. Excelente, por cierto.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Funny games era macabra. Esta, no. A su modo lo es, pero lateralmente. La sociedad es macabra, es cerrada, es extraña.

elprimerhombre dijo...

A mí me sorprendió esta peli gratamente, sobre todo una escena que es de las más contundentes que he visto en bastantes años. Y como en casi todas las pelis de Haneke, el final está abierto para que cada espectador piense lo que quiera, y eso me parece un acierto.

Un saludo!

Joselu dijo...

He visto de Haneke La pianista y La cinta blanca. Ambas tienen en común la dureza extrema que presentan un mundo y unos protagonistas sin los filtros de la edulcoración. No he visto Caché pero lo intentaré. Me gusta el cine duro que disecciona las relaciones humanas como si fuera con una hoja de afeitar, como la que utilizaba la pianista para mutilarse. No me atrae el mundo de Coca Cola, pero reconozco que alguna concesión hay que hacer (o muchas).

Emilio Calvo de Mora dijo...

Tal vez sea la contundencia lo que viste, lo que se ve, lo que se expone como reclamo, pero a mí de Haneke, primerhombre, me gusta la sutilidad: en su crudeza, lo sutil.

Tengo convenientemente grabada La cinta blanca, y le estoy dando largas porque no encuentro el momento. ¿Es tanto como he leído, Joselu? En todo lo demás, Haneke me parece un director fundamental, uno al margen de las modas, fuera del sistema, dentro del sistema, pero libre. Pocos hay que puedan exhibir sus fobias, sus vicios, su claustrofóbica visión del mundo con ese oficio, con esa belleza. Haneke es un clásico.

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