25.10.10

Zetapé


Lo fácil sería ahora la crítica feroz. Quizá porque los argumentos no fomentan la indulgencia. Los argumentos son los números que dinamitan por ahí como mecha para prender quién sabe qué cataclismo electoral, pero me temo que el gesto ensimismado es transferible al próximo inquilino monclovita. Esa crítica casi sangrienta la ejercen con oficio algunos gremios de la prensa y la jalean, en plan tabernario, en la mesa camilla de las casas, en lo privado de cada uno, sin un plan escrito, a bocajarro, recorriendo sin rubor las faltas de los que mandan. Debe ser difícil capear este empacho de desafecto hacia una persona. Me imagino que en esa misma intimidad, en el refugio que todos construímos para aislarnos de la realidad, el actor principal de este obra tenebrista tendrá su flaqueza doméstica, sus ratos de estupor, su fiebre, su vértigo inconsolable. Afuera la calle bulle, hierve, rompe en cánticos demenciales, en manifestaciones, en soflamas, en todas esas expresiones públicas de rabia que el pueblo, cuando se le aprieta, airea con furia. No es que el sistema falle o que esto sea principio de algún fin apocalíptico: todo volverá a fluir, todo se conducirá otra vez por cauces de normalidad y habrá tal vez otro al que confiar la promesa del bienestar y a quien culpar de la pandemia por llegar. Porque la política es un bucle y los errores antiguos vuelven (casi siempre) vestidos de errores nuevos. No es en modo alguno este texto una vindicación amable de la figura de ZP. Tampoco una pulla. Es una forma de explicar el gesto contraído, el rigor que evidencia. La fotografía cuenta lo que no se ve. Todas las fotografías, miradas atentamente, cuentan historias. La de este hombre es una de épicas fracasadas y de horizontes quebrados por la vil plata, que lo ha arruinado todo. Queda año y medio para ver en qué queda este desaire popular. Carnaza semántica para los tertulianos. Eso tal vez.

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2 comentarios:

Isabel Huete dijo...

El animal caído comprende su debilidad cuando ve a los buitres acercarse y sabe que su destino es acabar descuartizado por ellos, pero no reza ni se encomienda a ningún dios, ni pide perdón. Simplemente se deja morir porque su hora ha llegado.
Eso es lo que no me gusta de la actitud de ZP, que ha decidido autoinmolarse en aras de no sé qué fatídico destino. Para mí esa es la única razón por la que debería irse.
Besitos, amigo.

Emilio Calvo de Mora dijo...

No causa ternura este animal herido, Isabel. No la busco. Se deja morir, es cierto, patalea lo que puede, hace, deshace, comprueba el erial. Su sacrificio es nulo. Es el nuestro. Besos para ti, amiga.

La gris línea recta

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