13.10.10

Machete: Mad Mex




Hay más vida lejos de los prejuicios: la hay a beneficio de la diversión, a cuenta del placer que supone restarle trascendencia, pero todos llevamos un censor dentro, uno del tipo que saca las tijeras de la razón o del buen gusto o de la estética cuando ve a un tipo con un machete repartiendo mandobles. Eso pasa con el último atrevimiento visual de Robert Rodríguez: que un héroe de un esquematismo de juzgado de guardia, parco en palabras, escaso en registros dramáticos, investido de justiciero espídico, ocupa la pantalla y la tiñe de rojo de principio a fin.
La doble sesión Grindhouse urdida por Tarantino y el propio Rodríguez funcionaba estupendamente como un artefacto festivo, aliñado de despropositos finamente calculados: era un divertimento con conciencia de divertimento, una serie B vestida de oro (más de veinte millones de dólares de presupuesto) que se ingiere con más placer si uno renuncia al rigor y deja los prejuicios fuera del cine y se concentra en el descacharramiento, en ese a veces extraño consenso entre autor y espectador en donde se conceden licencias. Licencias excesivas, en ocasiones. Aquí las hay a tutiplén, pero no por eso se disfruta esta memorabilia de tópicos setenteros, de clichés de cine malo, de videoclub de saldo en vhs. Los temas, los gestos, las maneras, se amplifican, se estiran, se dinamitan a conveniencia: todo a mayor gloria de la hipnosis visual, de esa respetable sensación de estar regresando a algún lugar que dejamos hace veinte años. Se disfrutará menos (o no se disfrutará lo más mínimo) si el espectador no ha estado nunca en tal lugar. De hecho, a lo oído, a lo leído, el público está en esos dos frentes: o se la adora o se detesta. El término medio, valioso en ocasiones, huelga.
Este producto de derribo no ofende al sibarita del séptimo arte: impone una manera distinta del disfrute cinematográfico, huérfana de academicismos, lejos de cualquier acercamiento riguroso, exenta de dobleces, limpia, sin contaminar por el discurso esteticista. Cero esteticismo, cero doblez: aquí hay violencia a raudales, erotismo de baja intensidad, chabacanería servida con exquisita vocación transgresora. Todo muy primario, todo muy disfrutable.
Esta mitificación trash del cine de saldo, de la serie B casposa, del gore menos extremo, exploitation high-end, se esfuerza zafiamente de exhibir un discurso social, pero sólo induce al bochorno. Rodríguez se arma de valor y se coloca el disfraz de defensor de los aliens ilegales, de los mejicanitos que cruzan la frontera y caen en la travesía o caen después, explotados en la tierra prometida, convertidos en zombis, en carne apaleada.
Comprometer en este desquiciamiento a Robert de Niro, Steven Seagal, Don Johnson o Jeff Fahey es una evidencia del mainstream de tufillo pecuniario que lo embadurna todo. Nosotros a lo nuestro, amigos: a ver cine como se debería ver de vez en cuando. A no pensar, a no sentir, a no crecer. Pasen, vean, déjense.

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4 comentarios:

Juan María Gómez Espino dijo...

Me produce aburrimiento el cine de Rodríguez. Desde Spy Kids a este subproducto impresentable. Admito la defensa que haces y entiendo ese amor por el tiempo pasado de sesiones dobles y todo eso que ya no volverá, pero como cine, es cine malo, una cosa impresentable, insisto, y no caben argumentaciones bien planteadas, prosa inteligente y otras zarandajas del intelecto de un cinefilo como usted. Las acepto, insisto, pero no las comparto. Bazofia, aunque salga Robert De Niro. Y lo matan al final, que es lo que se tenía merecido por tener la mano tan ancha y gustarle tanto la pasta. Cómo puede presentarse a estos engendros ? Steven Seagal, pase, pero De Niro... Ay señor, qué tiempos vivimos. No obstante, se le saluda, se le aprecia, se le sigue.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Es el punto de partida lo que importa, Juan María. Una vez estás dentro, todo viene por añadidura. El desprejuiciamiento, la libertad visual, el querer disfrutar por encima de corsés y, sobre todo, la orgía de los sentidos. Una agradable en estos tiempos de severidad.

alex dijo...

Todo en ella, incluído el casting gozosamente demencial, rememora lo mejor que tuve y lo hace florecer. Ése el mayor logro de esta maravilla, el saber despertar a la bestia.

Estupenda crónica, Emilio. Ganas me han dado de poner en marcha, años después, a mi dvd y a mis cintas descabezadas de Jackie Chan...

Emilio Calvo de Mora dijo...

El fake llevado al paroxismo, has escrito en tu página. Pues en efecto. Pero ha habido disfrute, un delirio que no todo el mundo debe (puede) entender. Placer para unos pocos. Como casi siempre...Me quedo con tu sister para hacer esta noche otro post.

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