5.3.09

Las gafas de pasta y el traje del millón de pavos...


Con sorna, con el desparpajo tímido que ha convertido en marca registrada, Woody Allen vive un renacer mediático al que es completamente ajeno. Lo gestionan sus musas, el pedigree con el que se despacha todavía el cine que hace y al que el propio Woody entrega una cada vez menor parte de sí mismo. Vicky Christina Barcelona, el vehículo para que Penélope Cruz haya recibido el Oscar a Mejor Actriz de Reparto, es una obra de maneras limpias, de tan sencillo disfrute como posterior olvido, que no exhibe la raza del autor neoyorkino, su capacidad para registrar los modos en que la sociedad urbana evoluciona, se adapta a los tiempos y, en última instancia, los manipula, reformula y pervierte.
VCB es una historia de mentira en un mundo falso en la misma medida que el buen cine de Woody Allen se caracteriza por exhibir historias verdaderas en un mundo tangible, íntimo, extraordinariamente familiar. El bendito fuelle semántico de antaño ha quedado en ráfagas de talento, en ingenio administrado con apatía, en esa acomodaticia indulgencia hacia el trabajo tal vez fomentada por la inercia, por el exceso de rodajes, por los años o por el dolor que debe sentir (bien adentro, no a ras de gesto) por la casi absoluta indiferencia con que los críticos de su país miran su obra.
Oí al genio en televisión referir cómo sus películas más recientes precisaban un coste intelectual y moral menor y, en cambio, restituían un mayor valor comercial. A mayor inapetencia, más caja. Nada que el bueno de Woody Allen no sospechara hace treinta años cuando paseaba Manhattan junto a una radiante, excéntrica y extraordinariamente verborreica Diane Keaton. Eran otros tiempos y todavía Michael Bay no había ideado Transformers 2. Tan otros tiempos eran que ni siquiera existía el Ipod ni el verbo descargar tutelaba en el diccionario otro significado que no fuese el de quitar o aliviar una carga. Y a mí me sigue pareciendo más recomendable ese confort narrativo de Días de radio o September o incluso, en una categoría menor Score o Misterioso asesinato en Manhattan. Probablemente el talento no desaparece jamás, pero lo que en ocasiones flaquean son las ganas de airearlo y estar siempre en primera línea, en la cúspide, en el peldaño superior desde el que se divisan (más abajo, en una escala reducida) el afán de los demás por alcanzarlo.
Me contaba K. que Woody Allen es siempre perdonable: sí. El adverbio lo subscribo. Los dos militamos en el mismo bando y la obendiencia exige que el soldado no cuestione en exceso el cuerpo de la ley, la letra pequeña, los gestos, los vaivenes del argumento, ese torpe aditamento que envilece el resultado final y lo arrumba (ay) a páramos sin apenas iluminar, a zonas turbias en donde el cine se relaja a beneficio del espectador de fácil contento y memoria inexistente.

3 comentarios:

Adu dijo...

Muy acertada tu reseña, hasta el punto de que pensaba escribir algo sobre la peli pero ya no, haré un linkillo y ya. Me has ahorrado una.
Volveré por tu sitio, me ha gustado.

Isabel Huete dijo...

Reconozco que no he sido nunca fan de W.Allen. He visto 3 o 4 pelis suyas y siempre me han cansado, me han parecido en muchos aspectos repeticiones de las anteriores. Algo obsesivas con los aspectos psicológicos de los personajes.
No creo que vea ésta tampoco.
Un besazo.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Escribe esa reseña. No te ahorres escritura. Lo de venir, volver, me ha gustado, claro. Aquí ando. Saludos, Adu.

Isabel, creo que ya una vez salió este tema. Woody puede defraudar, claro, pero basta mirar con ojos cómplices. Los mismos que yo no pongo cuando algo no me entra. También. El caso es que veas September o Días de radio o incluso Match point, que no es Woody Allen cien por cien, pero es una delicia (metafísica; incluso). Besos. Grandes.

Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.