7.3.09

Escribir

"He aprendido que los poemas se escriben en cualquier parte, en los trenes, en los aeropuertos, en los hoteles...". Lo ha dicho Antonio Gamoneda en una entrevista que recoge hoy El País. Luego acuña una reflexión sobre la metafísica (o su absoluta ausencia) de la vida: viene a decir que vivir es un error lleno de cosas maravillosas. Que es raro eso de ir la inexistencia hacia la inexistencia. Los poetas se hermanan con los filósofos en la empresa de encontrarle sentido a la vida. Toda la filosofía es un cuestionamiento continuo acerca del tiempo. Toda la poesía, incluso la social o la galante o la surrealista, es un pacto entre los límites del lenguaje y las fronteras franqueables (visibles) de la vida. Gamoneda, al que he leído lo suficiente como para saber disfrutarlo en soledad y en sorbos muy espaciados, ha llegado tarde (imagino que le quedan algunos buenos libros escritos en cualquier parte) a la certeza de que se puede escribir en trenes, en aeropuertos, en hoteles. Es más: yo lo que estoy aprendiendo (mi yo poético es amateur a la vera del maestro) es que se puede escribir poesía en una habitación desafectada de ruidos, escandalosamente íntima, convertida en una especie de búnker en donde el numen (ese bicho cabrón y caprichoso) se deja caer con más frecuencia y empeño. He escrito alucinadamente y sin que ninguna alucinación me prive del control absoluto de mis capacidades. He escrito ebrio y sobrio. Muy ebrio y muy sobrio. He escrito en un autobús mientras una señora con avinagrada cara de lunes evaluaba la posible recuperación de toda esa juventud torpe y romántica de barba sin cuidar y ojos perdidos dios sabe dónde. He escrito en alta mar, en una cueva, en un cementerio, en todas las barrras de bar del mundo, en un cine a la espera de que se haga la oscuridad y se obre el milagro, en una garita de un cuartel, en una habitación de hospital en la triste certidumbre de que alguien amado se moría enfrente, en herrumbrosos vagones de tren y en camas de hotel de media estrella, en servilletas muy finas y al dorso del extracto de mi tarjeta de crédito. Escribir en donde no está la escritura como atrezzo de fuste es en ocasiones una necesidad, una forma de rellenar el tiempo que esos lugares tienen de vacíos, de peldaños entre un nivel y otro de la realidad. Gamoneda se desembaraza de la dimensión heroica de la poesía. A lo mejor su poesía se desentumece: está rígida en ocasiones, espléndida, hermosa, pero de una espesura y de una hondura que proviene del silencio, del rigor de lo previsto, de ese estudiado compromiso entre el decorado en donde fluye la inspiración y el gestor de esa inspiración. Pero a pesar de la parrafada sobre la poética y sobre la naturaleza volatil de las palabras está el genio, el talento indivisible. Están los poemas. Aquí dejo precisamente (por comodidad) el que aparece en esa misma página del diario de hoy. Uno que no ofrece duda alguna y borra del amable lector alguna posibilidad de que mis palabras puedan tener en algún momento carta de credibilidad.


AÚN


Ahora estoy extraviado en la luz pero yo sé que amé.
Yo vivía en un ser y su sangre se deslizaba por mis venas y
la música me envolvía y yo mismo era música.
Ahora,
¿quién es ciego en mis ojos?
Unas manos pasaban sobre mi rostro y envejecían dulcemente. ¿Qué
fue existir entre cuerdas y olvidos?
¿Quién fui en los brazos de mi madre, quién fui en mi propio [corazón?
Es extraño: solamente he aprendido a desconocer y olvidar. Es
[extraño:
Todavía el amor
habita en el olvido.


.

Poema de Antonio Gamoneda incluido en Extravío en la luz (con grabados de Juan Carlos Mestre) y que aparecerá en su próximo libro Canción errónea


2 comentarios:

Bárbara dijo...

Qué gran post. Me ha encantado verte escribienodo compulsivamente en los distintos escenarios que se han ido sucediendo en la imaginación.
Hace muchos años me regalaron el blues castellano y me impresionó tanto, lo he tenido cerca todos estos años. Ahora, como ya soy mayor, leo Esta luz y no se termina nunca.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Así ha sido, Bárbara. Lo es todavía, en menor medida. No por ninguna causa en especial. Tal vez sean ciclos, ritos, formas de hacer las cosas que llegan sin que uno se lo proponga, pero el gusto de escribir en un bar o en una parada de autobús o en un vagón de tren es fantástico y hasta la escritura sale de otra forma. Se contamina el texto del ambiente en que se escribe, lógicamente, y entonces hasta contiene elementos que tú, como escritor, no controlas. Un placer que entres aquí. Besos. Me gustó tu versión bloguera de París.

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