9.3.09

Bono y la Liga de los Hombres Extraordinarios (incluyendo a Al Gore, Obama, Jesucristo y el mismísimo payaso de McDonald's)




Bono es el apóstol de Obama en el mundo y, antes de que Obama escribiese todos los párrafos del catecismo de la salvación universal, Bono ya prefiguraba con sus gestos y con sus recitados de buena voluntad y de fe en la bondad del mundo que cuando llegara alguien como Obama él iba a ser su embajador plenipotenciario, el ángel custodio de todas las obras loables que el hombre puede hacer para salvar al hombre: parece incluso una letra de uno de esos himnos de U2 con los que han vendido millones de discos, llenado miles de estadios y levantado una parroquia de entusiastas feligreses que ven en este mesías de la gracia de Dios en la Tierra un báculo fiable sobre el que apoyarse para sobrellevar la crisis, la fanfarria de la decadencia y todos el dolor de la pobreza y de las pandemias que asolan el frágil mundo. Bono es el que corrige los excesos de los que mandan a cargo de su planta de divo de la conciencia mundial e icono fulgurante del buenrollismo. Bono es el patriarca máximo de la globalización ética y se le ve cómodo en el papel de apóstol, embajador, sacerdote, mesías y patriarca de la muy noble causa que, en el fondo, abandera. Su discurso es, sin embargo, cansino: colisiona frontalmente con el héroe del rock que factura discos que vende como a a tutiplén. Uno nunca acierta a encontrar dónde está el líder de U2, la banda formidable que fue o la banda mercenaria y gastada que es, y dónde el activista. A Bono le perjudica Bono.
Hay personajes que se queman muy pronto por mucho que el mensaje que anuncian (volvemos al tono entre religiso y new age de todo el post) sea respetable o digno o revolucionario. Al modo en que Jesucristo levantó un ejército de adeptos, Bono busca también un público sensible que se desprenda del mastodóntico negocio de los éxitos en la MTV y los macroconciertos en Buenos Aires o en Tokio y vea debajo de la máscara, de las gafas estrambóticas y los gestos de histrión muy historiado, el verdadero rostro del hombre apreciablemente preocupado por el raro cariz que van tomando las cosas. Y no tengo ni idea de las razones que me hacen desconfiar y tampoco comprendo los motivos que me empujan a dejar de prestarle atención cuando se encarama al púlpito que interesadamente le colocan y arenga a la población civil, a los paris y a los damnificados por el vértigo de estos tiempos cainitas, a los que sufrieron alguna guerra o a los que todavía tiene heridas por restañar, sea de la clase que sean. Su discurso es legítimo: cómo voy yo a corregirle un adjetivo, una inflexión del tono. Lo que desaconseja el seguimiento ciego del líder es su levedad expositiva, la escasa profundidad teórica de lo que expone: pareciera que Bono, de vuelta de algún apadrinamiento, acudiera a la sala de prensa más próxima, buscase el perfil más fotogénico y desplegase su ego monstruoso, esa efigie de emperador romano con la que lleva casi treinta años (Boy, October, War: buenos tiempos, buena música) presidiendo la liga de santurrones del rock.
Amnistía Internacional, Free Burma, The Chernobyl Children’s Project o Greenpeace son algunas de las organizaciones a las que Bono cede su influencia: nada que objetar, nada que argumentar en contra de que su mecenazgo cultural o mediático o bursatil sensibilice a quienes ignoran la injusticia, la débil fuerza de la carta de los Derechos Humanos o el irreparable daño que la industria (en todas sus variantes, en todos sus extensos tentáculos) está haciendo a la madre Tierra, pero hay algo en Bono que no cuaja en este composición eucarística y filantrópica. Y éste que escribe no es, como Aznar, un negacionista, un pesimista ilustrado: nada de eso.
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Cuando Bono predica, la MTV registra sus oraciones. Los himnos de fe de amor, esos cánticos de redención de la condición humana evangelizan, dan testimonio de la claridad cristiana de su pensamiento, aunque lo instigue el rock y lo secunde el completo racimo de vividores, intermediarios y demás fauna del espectáculo de masas que mueven U2.
Así que cuando ayer vi No line on the horizon en la estantería de una gran centro comercial, sufrí la zozobra del incrédulo: no terminé de aceptar que debajo de la máscara y de las gafas estrambóticas hay un ser humano concienciado, uno que antepone su cruzada contra el SIDA o la pobreza o la salvación del planeta a que su último single arrase en los hit parades de tres cuartas del mundo. La otra cuarta parte es el objeto de debate a la que el jefe Bono consagra sus dones espirituales, aunque para vencer al diablo hay que pasear a su lado. Tal vez por eso siga produciendo discos. Uno (insisto) no sabe nunca bien estas cosas: no conoce la hondura militante, el rango de sacrificio, el grado de combustión de un personaje absolutamente único, sin casi parangón en la historia de este circo de show business. Ni siquiera Bruce Springsteen, aliado firme de las causas que desenvilecen su patria, a la que ama casi por encima de todas las cosas, o Sting, que también hace sus pinitos ecológicos, tántricos o sociales al tiempo que se embarca en giras monumentales con sus compañeros de travesía (The Police) o canta con los ídolos de la juventud, a caballo entre el politono y la jerga rapera de Queens, pero sólidamente anclado en la tierra, en el tránsito del dólar de un bolsillo a otro.
Será, en todo caso, que mi espíritu racionalmente escéptico no se deja engolosinar por estas alegres muestras de filantropía y sigue instalado en muy pocas certezas válidas. Una es que siempre hay algo farragoso o turbio o malevolamente interesado en las altas gestas que los altos nombres desafectan de su agenda para ganarse una posición de privilegio o cincelar a fuego su nombre en las páginas de la Historia. Y si este cronista de sus vicios marra, si nada de lo aquí prefigurado se arrima a la verdad, esa luz tan esquiva, ese torcimiento de las palabras tan escasamente gobernable, expongo mis disculpas como cierre de reflexión y me someto a la voluntad del lector voluntarioso que sí ha visto en Bono al salvador de los parias del mundo, aunque exhiba gafas de quinientos dólares, haya confiado a Holanda su deuda con el fisco y continúe explotando a conciencia esta doble faceta de maestro de ceremonias del circo (ya saben, risas, palomitas, hamburguesas y frivolidad patrocinada) y de gurú metafísico del templo.
No line on the horizon, el flamante nuevo disco, merece post aparte, que está en el editor, a recaudo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Suena conviencente y hasta puedo compartirlo, pero a mí me sigue gustando mucho el Bono activista y todo lo que hace lo veo noble y también lo veo justificado en este mundo de fieras que vivimos. Es verdad que cansa Bono. Cansa mucho, muuuucho. Hay Bono en todos lados y yo creo, en el fondo, que está el hombre requeteencantando, entre comillas, con su cara en todos lados y su nombre como candidadto al nobel y a lo que quieran nominarlo. Así que tengo une xtraña mezcla de sentimientos. Tu post, excelente. Excelente, de verdad. Envidia por la forma de escribir que tienes. Saludos, y a seguir en el camino. Te gusta el último disco, por curiosidad?

Emilio Calvo de Mora dijo...

A mí todavía no me repele Bono ni U2. Lo que vale es la música, pero me irrita la saturación en este campo (tan noble) como en otros. Candidato a tanto y no sé bien, ése es el asunto, a cuento de qué sobreesfuerzo titánico, Irene. De todas maneras también yo tengo esa extraña mezcla de sentimientos que tú tienes. Más o menos serán los mismos. ProBono o AntiBono. ¿Será entonces una religión? ¿Voy a llevar razón, al cabo? Saludos, besos...

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