DISCOGRAFÍA OFICIAL DE LA BANDA
Sin recopilaciones ni conciertos
Boy (octubre, 1980)
October (octubre, 1981)
War (febrero, 1983)
The Unforgettable Fire (octubre, 1984)
The Joshua Tree (marzo, 1987)
Rattle and Hum (octubre, 1988)
Achtung Baby (noviembre, 1991)
Zooropa (julio, 1993)
Pop (marzo, 1997)
All That You Can't Leave Behind (octubre, 2000)
How to Dismantle an Atomic Bomb (noviembre, 2004)
No Line on the Horizon (marzo, 2009)
No son demasiados años, pero son los suficientes y también son los suficientes discos como para que U2 sea una especie de banda que surge de lo más brumoso y épico del pasado y penetre con desparpajo, habilidad, glotonería e incluso entusiasmo en el futuro. La altanera honestidad que va de Boy a The unforgettable fire ha devenido la rapiñería mediática de How to dismantle... o No line on the horizon, epígonos de la impostura del talento, censurables muestras del genio traicionado por el márketing o del cansancio convertido en marca de agua visible en cada trazo, en los reconocibles arpegios de The Edge y hasta en la (cada vez menos) poderosa y sugerente voz de Bono. Pongamos que la fanfarria social, aliñada con la incontinencia romántica de los gloriosos ochenta, es ahora un milagroso batiburrillos de fórmulas consensuadas de éxito, proyección multimedia y guiños al impresionante reducto de iconos de la historia del rock como cuando hace algunos días se encaramaron a una terraza y demostraron que son únicos (absolutamente) en hacer que el público (el residente, el desplegado a pie de escenario) disfrute y alimente la ya renqueante gloria.
No line on the horizon es un disco funcionarial, una evidencia de que los tiempos pasan la factura que suelen y que el futuro de la banda reside en la producción de discos de grandes éxitos o en (lo que no han hecho desde el fantástico Under a red blood sky o piezas sueltas de Rattle and Hum) recopilatorios en directo, que es donde los irlandeses demuestran ser un grupo bien ensamblado, con un sonido domesticado y propio, alejado de lo que (a primera vista, merced al tintineo del dólar) podría haberse convertido en una banda de mercenarios que se venden (lo hacen, no crean, y cómo) con la sabiduría de la experiencia y los réditos del trabajo de antaño.
No line on the horizon es un apuesta sólida por extender el mito: no defraudan nunca completamente. Hay siempre cortes adictivos, himnos sustanciados de los arrullos melódicos que antes protagonizaron eso que se llama la banda sonora de una generación. Lo que no hay bajo ninguna circunstancia favorable ni dentro de ningún margen de confianza racional es un disco completo al modo en que lo fue Achtung baby, tal vez el último mejor trabajo de Bono y sus compañeros. No se aprecia que la música haya evolucionado. De hecho, han vendido que el nuevo disco es un regreso a los sonidos de The unforgettable fire: nada más lejos de la triste realidad. Salvo algún acople sentimental (White as snow) No line on the horizon transita por más rutinarios caminos. Sólo Magnificent despeja dudas:casi todo el resto se adhiere sin excesivo brillo a componer un todo que no chirría, un matrimonio bien avenido entre la mediocridad resultona (Get on your boots, el propio single pasto de politonos y anuncios) y algún todavía espléndido ramalazo de genio (el arranque de Cedars of Lebannon, que emociona sinceramente).
U2 sobrevive del circo de las giras y de la exquisita batería de canciones que han justificado el mito de uno de las mejores bandas nacidas a finales del siglo XX.
Su grandilocuencia impostada continúa siendo altamente rentable: hay un compacto y fiable equipo de márketing que gestiona cada pequeña brizna de información desgajada del pack U2, que va del activismo de su líder al flamante negocio de las giras multitudinarias y la masiva afluencia de público a sus fastuosos tours. El gigante U2 pisa fuerte y pisa con conocimiento de que ninguna otra banda (ni siquiera los melifluos Coldplay) consigue recabar esa audiencia si quitamos del listado a los inefables e indestructibles Rolling Stones.
Da lo mismo o casi da lo mismo que Lanois y Eno anden detrás, incluso compongan, acercando el oído, contribuyendo a ennoblecer un producto inasequible al desencanto comercial, destinado a arrasar contenga buena música o no. Hay canciones que hastían ( I’ll Go Crazy If I Don’t Go Crazy Tonight) y hasta que nos hacen dudar de que verdaderamente Bono, The Edge, Clayton y Mullen hayan consentido el dislate (Fez – Being Born). Luego podemos colocar el resto del cancionero del disco a modo de entretenimiento sin que nada levante pasiones, sin que ningún corte nos erice la piel como hicieron One o Sunday Bloody Sunday o Pride (In the name of love) o New Year's day (mi favorita absoluta, siempre) o cualquier tema de mi muy apreciado The Joshua Tree. Echo en falta esa época mágica en la que volaba (literalmente) a la tienda de discos a conseguir mi ejemplar del nuevo disco de la banda. Aquí habla un fan de U2, uno que ha ido mermando en entusiasmo y ganando en disidencia y que disfruta con lo que tuvo y todavía se engolosina con los restos de la excelencia entregados en dosis mínimas, casi convertidos en piezas de palimpsesto del rock. Lo digo después de llevar muchos días con el disco a cuestas y haberlo procesado con rigor, con entrega, como el amante que vuelva a encontrarse con el limpio y alto y noble objeto de sus sueños más galantes. Y además, a falta de un racíón, ya cuentan en la red que tienen un nuevo disco en puertas, grabado casi, concebido como continuación de éste, que responde al muy lírico título de Songs of the ascent. Bono confirma en una entrevista que le inspira John Coltrane. Que el disco por llegar se basa en el maestro, que ahí está la semilla del estrecimiento absoluto. Pues sí. -