18.12.06

ERAGON : El dragón ataca





El problema de Eragon no es Narnia, con la que se busca reiterada comparación: es El señor de los anillos. Caso de que esa trilogía de Peter Jackson no existiera, Eragon sería una epifanía absoluta para la calenturienta, por fantástica, mente de un adolescente hecho a echarle horas a libros bien nutridos de páginas y a perderse en mitologías de elfos, duendes, magia y dragones. Como la maquinaria de Hollywood es implacable, tenemos que imponer a Eragon varios correctivos si bien en ninguno de ellos la película sale demolida en exceso.

La piedra encontrada en el bosque por un joven y que luego resulta ser huevo de una dragona profética bajo cuyo morro chisperreante se oculta el destino de un pueblo sometido por un rey bárbaro y despótico es la piedra fundacional de la magia de todos los cuentos de reinos mágicos y de héroes sobre los que se deposita, en una suerte de arcano, el futuro de la justicia o de la felicidad de un pueblo.

Todo esto se explicita con soltura en el film, pero el problema es que ya hemos visto argumentos tan parecidos y narrados con igual o mejor fortuna que éste, por tardío, es irrelevante.Este cine familiar de palomitas y asombro discreto no sobra. Es más: debería ser auspiciado, potenciado, convertido en moneda común de las productoras americanas que dan luz verde a estos taquillazos, enclenques en ocasiones en calidad, pero arrebatadores en sugerencias y en amenidad. Hay ya tan escasas películas verdaderamente dignas para que toda la familia se siente en la fila siete y se deja llevar por la magia de la sala grande ( dejemos ahora el trillado argumento de la conveniencia del cine doméstico) que agradecemos todas las que den.

De este cine rudimentario, plano y populista nace un espectador, ahora joven, que luego paladeará otras obras. Ése es el fin de mi crítica. Fuera de ese sentido, Eragon es una franquicia cinematográfica más, navideña, espoleada por un libro de ventas masivas y conducida con oficio, pero sin encanto, por un director otrora experto en efectos especiales ( Terminator 2, Master and commander, La tormenta perfecta, Salvad al soldado Ryan ) y que aquí cumple, sin más. No es posible, decía el refranero popular, pedir peras al olmo. Éste es, encima, una pera bien simple.La épica que requieren estas historias se ve lastrada por cierta cortedad en los escenarios, aunque brille ( y cómo ) en el majestuoso vuelo de la dragona y en la batalla final, que está muy lograda.

De los actores, mejor no hablar. Jeremy Irons, curiosamente afincado en el mundo de la dragonería ( Dragones y mazmorras, verbigratia ), hace como que se implica en su labor de gurú del joven aprendiz de Salvador, pero se le nota perdido en un papel que no le va y al que no da ninguna impronta de actor con carácter, que es, limitándose a sobreactuar, aportando tics demasiado vistos y gestos de lobo viejo muy goloso de ovejas ( pasta ) a las que morder su ya alicaído diente.Robert Carlyle es un sombra, un malo de órdago, adlátere, no obstante, del rey demoníaco y motivo de toda la trifulca fantástica, un John Malkovich que sale poquísimo y que, a lo visto, parece guardado para una segunda parte ( Eldest ). La tercera ( Empire ) de este geniecito cuasiadolescente todavía ( Christopher Paolini ) que ha sabido remedar a su amado Tolkien y repensarlo para entregar al público juvenil, ya está dicho, ávido de estas golosinas medievalistas, entretenimiento puro. Y además pronto harán muñecos y dragones de plástico para llenar las estanterías de los Toys 'r Us de medio mundo y los McDonalds del otro medio. Son muy listos todos.p.d.: Mi hija, que ha leído el tocho, salió defraudada, en el fondo de su corazón. Le habían esquimlado medio libro. O más. O todo. En fin....Vuelvo a lo que importa, en todo caso: cine familiar.






Qué bonito. Dios nos pille confesados.

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