16.12.25

Nihilistas, pícaros, vampiros, subliminales, nacionalistas, poetas

 


Niña torbellino, no pongas tus ojos de nácar y tomillo en el nihilista. No hagas aprecio a sus carantoñas. Son todas falsas, están pensadas sin que intervenga el aplomo ni la responsabilidad, siguen un propósito, carecen de moral alguna. Un nihilista puede llegar a poseer cierta capacidad para encontrar un sentido a su proceder, aunque lo deseche nada más adquirirlo y ni siquiera recuerde que fue suyo y lo besó en la boca como si se acabase el mundo. Un nihilista no se casa por amor, se casa cuando se le enferma la madre o cuando un arrebato de humanidad le hace ver que la soledad es un losa y él está debajo o por algún anhelo luego lamentado de arrepentimiento o de contrición o por la injerencia de unos padres convencidos de la bondad de la institución conyugal. El nihilista dedicado a tiempo completo a su oficio no puede entablar relación emocional con nadie. Hay un momento en que se distancia de quien alguna debilidad hizo que se arrimara. Un nihilista que contraiga nupcias guarda intenciones aviesas, no se le puede mirar como a un novio tradicional: el novio amante de su amada, el novio entregado al amor, el que se pierde en desvelos y vive con entrega y puro encomio galante. El nihilista únicamente se entrega a su causa, al vacío de su espíritu, al pesimismo puro. Un mecanicismo logarítimico hace de los valores inmutables asunto baladí, si no caótico, de escaso afecto por la racionalidad y el compromiso con los semejantes. Del nihilista espera que sancione cualquier postulado universal y se recree en consideraciones de escaso o nula raigambre moral. No sabe el nihilista qué hacer, cómo posicionarse o, en casos puntuales, posee un paradójico sentido de las causas y de los efectos, aunque se desdiga a poco de adquirir un cierto grado de convencimiento. De ahí que pueda malogar un amor puro y abrazarse a otro de una pureza similar.


 Tampoco, oh, niña mía, niña torbellino, te acerques al pícaro. Te escribirá endecasílabos de pezón a pezón, tatuará el padrenuestro de sus próceres con ortografía errada en la cara interna de tus muslos. El pícaro se quintaesencia en la burla y en el doblez. A todo arrima su ausencia de escrúpulos, en todo aplica su fantasía de timos o estafas. Sardónico, tibio en asumir la responsabilidad de su malandanza, el pícaro es especie que se sublima en la desvergonzonería, pudiendo ganarse la simpatía de cierta audiencia ávida de conocer personajes inteligentes que compendian en la sátira el anhelo humano de engañar antes que ser engañado, de burlarse de cualquiera antes que ser burlado. Se jacta el pícaro de hacer cuanto suponga un beneficio, sin caer en la cuenta del daño que inflige o de la licencia de la que parte para el desempeño de su embaucamiento. Los más duchos en el oficio jamás alardean: no se saben quién pueda estar escuchando, cualquiera podría ser objeto de sus chanzas y maniobras, todas conducentes a esquilmar el patrimonio ajeno. 


Al nihilista y al pícaro le seguirán, en la estricta nomenclatura de los amantes sancionables, el vampiro. Solo se volcará en tu cuerpo en los días de menstruo. Hay vampiros de exquisita apariencia, curtidos en artes oscuras. Son entusiastas de las sombras, que son el recreo de los ardides más sutiles. Huye también del subliminal y del nacionalista. El primero vive al margen de la narrativa firme de las cosas claras, se expresa con retorcido afán, dribla (digamos) la idea y la circunvala, se le ve mariposear en los huecos, bailando un foxtrot o una chacota en algunos párrafos. El subliminal no dice nada, aunque parezca decirlo todo. Se puede decir a la inversa. La percepción de todos los estímulos que producen es alambicada y tenue, pero hay un trabajo estajanovista debajo. El subliminal deja caer tal o cual comentario en la certeza de que hará mella tarde o temprano. Puede decir que te ama, embutiendo la aseveración galante en alguna cháchara frívola o intrascendente. Del segundo huye con vocación de flecha. El nacionalista no hará patria en tus zapatos, no hará patria en tu boca, ni en tu memoria sentimental. Vive entregado a su bandera, la colgará en los balcones, la lavará a mano, con primor, con celo soberano, con absoluta lujuria textil. No es el nacionalista buen partido, oh, dilecta mía, acabará aliviándose solo en un cuarto ocupado por símbolos de su catecismo. Ninguno de ellos es digno de ti. Permanece en tu mocedad, no permitas que se engolosine con pretendientes aviesos, con galanes oscuros. Pon tu alma cándida en los poetas, ellos te conducirán al parnaso de la lujuria, serán tus manos y serán tu pies, pondrán las palabras más hermosas en el aire que respiras, darán con el verso lúbrico que propiciará el ayuntamiento delicioso de los cuerpos, harán de ti una criatura mecida por el céfiro de la inspiración y pasearás las calles de tu pueblo con el corazón contento, con el corazón contento, lleno de alegría. 





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