30.8.24

Historietas de Sócrates y Mochuelo / Elogio de la sombra


 Possunt nec posse videntur. 
Virgilio, Eneida, V. 231.1


A Demócrito de Abdera se le atribuye la extravagancia de arrancarse los ojos en un jardín para entregarse sin distracciones al pensamiento. Lo cita  Borges en el poema llamado "Elogio de la sombra", donde también declara hermosamente que “la vejez (tal es el nombre que los otros le dan) / puede ser el tiempo de nuestra dicha. / El animal ha muerto o casi ha muerto. / Quedan el hombre y su alma”. El tiempo fue su Demócrito. La idea de que la atención al mundo exterior distraiga de la más alta del interior no es ahora saludada con alharacas, se la toma como acto expeditivo únicamente al alcance de gente a la que se le ha ido la cabeza y vive en ella, al margen de las servidumbres deliciosas del cuerpo. Mochuelo observa con los ojos cerrados: los ha cegado para razonar sin estorbo, los ha rebajado a la condición de instrumento inútil para adentrarse en la espesura de las ideas. Ese procedimiento no es irreversibles: le basta abrirlos de nuevo para apreciar los primores de la luz. No es criatura alocada, como otros que se encomendaran la empresa de entender el mundo y procedieron anulando ese mundo como primera medida, la más drástica y torpe. Al sostener que observa, Sócrates le corrige: la clausura de la luz no permite la encomienda de la observación. La apreciación del filósofo le causa una zozobra pequeña. También el sonido le distrae, sostiene. En su Eneida, Virgilio predica la fe en la insistencia: "Creen los que creen que pueden". Lo que finalmente perdura es la creencia en que lo que hacemos alcanza cierto grado de éxito, sino él entero, sin merma. No es insolente el bueno de Mochuelo: declara la soberanía en sus asuntos, la posibilidad de que pueda manejarlos sin las herramientas con que otros los manejan. Igual daría que no fuesen suyas propias y las fatigaran los demás: para él son las idóneas para su propósito. Cree porque cree que puede y le incomoda que las inquisiciones de Sócrates le hagan desatender la empresa a la que juiciosa o alocadamente se ha entregado. Queda a consideración de lector si Mochuelo es un poco quisquilloso y lo que de verdad le irrita no es que se le aparte del devaneo de su lucidez, sino que haya sido precisamente Sócrates el instigador de esa molestia. Por otra parte, no hay nadie más cerca. Quién iba a ser si no. 



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