31.8.24

Historietas de Sócrates y Mochuelo / La sangre loca cuando danza


Ayer di con una palabra (en realidad eran dos, intercambiables) que me fascinó y a la que repentinamente concedí la atención que me haría no separarme de ella durante buena parte del día. No sabiendo donde calzarla, la rumié en privado en la idea de que habría un momento en que podría pensarla sin distracciones. Imposible de verter en la conversación, sospeché que su destino debía ser unas de estas ocurrencias que tienen Sócrates y Mochuelo, y hete aquí que esta mañana mi desazón ha encontrado bálsamo. Ha sido ver bailar despreocupadamente al bueno de nuestro filósofo y a la criatura hacer sólidas sus sospechas y la palabra se ha puesto a bailar también. Se aprecia que es en esa danza donde manifiesta con mayor ahínco su naturaleza a veces huidiza, como de cosa de difícil asiento o como pájaro de resuelto vuelo que deja al capricho del aire la composición de su coreografía. La entenderá cualquiera que se haya sentido alguna vez feliz por la irrupción de una idea por encima de las demás, un pensamiento sin tacha, una especie de epifanía en la que sintaxis y semántica casan como agua que se arrima al suelo por el que fluye y toma de él la forma y la dirección de su cauce. Porque los pensamientos, los buenos, los que prenden y perduran, tardan con frecuencia en cuajar, se diluyen a poco que se empieza a creer que se los tiene domeñados, brincan, se ríen (de nosotros, arguyo) y desaparecen. Su costumbre es la de errar y no elegir residencia, pero ah, amigos, cuando logramos dársela, qué armonía de pronto conquista, qué sensación de ligereza en los pies, qué música invisible se escucha, con qué ardorosa entrega nos declaramos danzantes. La palabra es "cogitabundia", que es fea en su restitución de sílabas, pero conviene maravillosamente para el propósito que nos ocupa. Sócrates la sabe pronunciar con absoluto desparpajo, ve la melodía que contiene. Mochuelo descree de que pensar mucho pueda llevar a algún lugar más bonancible que el de la observación pausada que él practica con solitario empeño. La otra palabra que me deparó aquel momento de alegría es "meditabundia". La rendición silábica y el orden que exhibe es más llevadera. Hasta los labios parecen entusiasmarse cuando se disponen a ir juntándose para que ella, al reproducirse, exista. También habrá que convenir un receso después de todas esas cogitaciones excesivas, dar rienda suelta a que el cuerpo se arrogue la vocalía de la cabeza, tan ocupada en ocasiones por la fatiga, tan urgida a que esté siempre en forma. Sostendrá Mochuelo que el mucho bailar afectará a quien baila, que se acabará acostumbrando a la barahúnda, a la impredecible elocuencia de las manos y de los pies al seguir el ritmo, a todo ese escándalo de la sangre cuando enloquece y vanidosamente se gusta y luego, ay, no sabrá regresar al tajo, al severo ritmo de las palabras, al trabajo exigente de las ideas. Eso dirá.

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