29.10.23

Todos los poetas del mundo

 


Es la luz la que nos hace avanzar, pero la oscuridad la cierne. A veces la luz no fascina en absoluto. Quizá porque está a mano o porque no se le concede importancia. Prospera la idea de que lo que está muy visto no asombra, como dejó escrito Vicente Aleixandre. Las historias bien iluminadas, las que todo lo muestran, no son las favoritas del público. Es lo oscuro lo que gana adeptos. No ver, no saber, no desear ver o no desear saber, viene a ser lo mismo. A mí no me asustó nunca la oscuridad. Creo que de pequeño avanzaba a ciegas por casa, sin encender la luz. Me dejaba llevar por las sombras, que son destellos, restos de lo que la luz ha batallado con la oscuridad. Ese combate ha existido siempre. Se han escrito miles de libros, se siguen escribiendo. Todas las religiones provienen de esa encarnizada lucha. No hay ningún dios que no se apropie de la luz y la resuelva suya y haga que brille en su mano. La misma literatura es un inventario frágil de esa tentativa de luz que deviene sombra o viceversa. La poesía es el arte sublime que todo lo condensa y a todo le da nombre. Las palabras cercan la luz y cercan la sombra. Al poeta le incumbe el registro de todo lo visible, pero es en lo invisible en donde más se aplica, hacia donde se encamina su espíritu más sensible. Luego están los fotógrafos. No todos ejercen de poetas. Hay algunos que lo son en grado extremo. Absorben la luz y la sombra, el júbilo y la desdicha, el caos y el orden. Todo lo entienden, en todo se esmeran. Avanzan a veces a ciegas, como cuando yo era pequeño, pero saben lo que hacen. Los admiro. Igual que al pintor o al escultor o al músico. Se trata de extraer de donde en principio nada parecía haber. El arte es la sublimación de lo invisible. Da igual que sea la felicidad o la tristeza. Todos los fotógrafos ejercen de poetas cuando disparan. El hecho mismo de disparar, la idea misma de que sea el disparo lo que hace que la imagen se detenga. Como una muerte previsible, creativa, lúcida, iluminada, limpia, perfecta. Empezar un poema es dar con la luz adecuada, saber que el paisaje recién descubierto nos ha traspasado, invadido, colonizado, convertido en algo que le pertenece. Como si formáramos parte de él. Como si faltara nuestro aporte para que se cerrara, pero no se cierra nunca. Está abierto, pide que se le continúe. Que alguien lo haga perdurar en la memoria de alguien. 

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