15.10.23

Breviario de vidas excéntricas / 48 / Elisenda Argüelles

 


Tengo de mi abuela el gesto de gárgola. A mi padre lo apresaron en la guerra por escribir alejandrinos procaces. Era de alto decir su verso y las mozas bizqueaban al oírle declamar en juegos florales y en verbenas de barrio. Está la madre en el zaguán cosiendo unos calcetines. El dedo gordo del hijo ha ido por libre. Tienes que cortarte las uñas, ya tienes edad. Una no puede gastar la mañana en tus cosas, bastante tengo por hacer. Ayer tu padre llegó con un siete en el pantalón, dice que no sabe cómo se lo hizo. Está siempre a lo suyo. En sus poemas. En faldas. Una vecina se para en la puerta, la cruza, no es la primera vez, esas cosas pasan. Las puertas, si no están cerradas, dejan de ser puertas. Que ayer te echamos en falta, la Luisa ha dicho que hoy a las nueve sacamos las sillas, tenemos que pensar lo que vamos a hacer para el domingo. Elisenda, la casa te va a comer, deberías arreglarte un poco. Qué poco os miráis los Argüelles. Todavía recuerdo a tu madre. Ni para morir pidió que le pusieran un vestido bonito. Los días corren como las nubes. La madre contesta con la cabeza, ni la mira siquiera. Sí, ha pensado. Irá sin ganas, nunca las tuvo. Hay que arreglar la iglesia. El cura no se fija en esas cosas. Tendrá quien le zurza los calcetines cuando las uñas se pongan levantiscas y den trabajo. Dios descuida las uñas de sus apóstoles. Lleva un año en el pueblo y se le ve poco. Hace unas homilías preciosas. Qué voz, qué claro primor en el aire casto del templo. Una vez llamó a casa. Huele toda la calle a gloria, señora. Tiene usted en la cocina la mano de mi santa madre. Le pusimos un plato, pidió otro, bebió sin descomponerse, hasta festejó la bondad de la tierra al dar el vino al hombre. Tras el postre, se encendió un buen puro y apestó la casa. Papá no es de iglesia y no abrió la boca. Por no decir lo indebido. Por la madre. Si no estuvieras con esas chismosas que tienes de vecinas, tendrías tiempo para arreglarte un poco. La Luisa es un veneno, acabará por enfermarte. Hoy me duele la cabeza, no estoy para pensar mucho. La madre tiende arriba la ropa. Da el sol. La luz se enseñorea en el aire. Ella se queda como ida, esta bonita con el resplandor de la tarde dorándole el pelo. Tarda siempre en bajar, creemos que abajo todo le cansa, creemos que ha encontrado un sentido al danzar loco de las nubes. Cualquier día me voy, dice a veces si él no está. Tengo una prima que me escribe. De pequeñas, soñábamos juntas. Era cerrar los ojos y cogernos las manos para que de pronto todo cobrara sentido. Las aguas con su secreto. Las montañas con su misterio. La preñó el boticario en un descuido. Madre dijo que la criatura tendría gesto de gárgola. Ni la vimos irse, no ha vuelto. Tiene la letra bonita en las cartas. Hace las mayúsculas con una soltura parecida a la de la madre cuando tiende la ropa o cuando barre el patio. Nosotros la miramos como si fuese un ángel. A veces la despertamos con una canción que nos enseñó cuando niñas. Ella hace que el mundo gire. El padre no mira el cielo, está ciego, está sordo. Huele a barro. A escombro. A humo rancio de tabaco. A mujer. A compadres de taberna. A sudor de animal cansado. La hermana dice que la saque de paseo. Mamá no me escucha. Ha subido a tender la ropa. No bajará. 

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