8.5.24

De un fulgor sublime

Pesar la lluvia, su resurrección de agua, es oficio es de poetas. Un poeta manuscribe versos hasta que él entero es poesía y cancela la costumbre antigua de transcribir su alma. El delirio de convertir el milagro de la poesía en un acto de fe pura no es materia baladí. Nace elogiada de luz la palabra que concita la unánime prestidigitación de la emoción, pero hay manifestaciones sutiles, glorias de lo inefable. La del que se extasía en la contemplación de lo que carece de volumen. La del terraplanista cuando de pronto concibe la continuidad del paisaje y no se da de bruces con el abismo. Ya no hay abismos. Queda la lujuria de la memoria. Pensamos para precavernos de la soledad. 



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