30.8.22

242/365 Anne Sexton

 


Narrar es hacer un palimpsesto absoluto. El texto está debajo y solo hay que sacarlo. Narrar es transgredir también, violentar a quien lee o a quien escucha, agredir a quien se presta a modificar su estado en el mundo. El que escribe también está violentándose, modificando un ánimo para conducirlo a otro. Leer es siempre un riesgo porque no se tiene la certidumbre de que se vaya a salir con el mismo apero sentimental o intelectual con el que se entró. Se sale indemne o herido, no se tiene propiedad sobre lo que sucede tras haber leído. 

Leer es hacer un palimpsesto inverso. Leer es ser transgredido, aceptar ser violentado, pedir esa dulce agresión que consiste en empezar una travesía siendo uno y saliendo siendo otro. Salir al día, mirar por la mañana el sol y pisar la acera es, a su modo, un ejercicio literario. 

El escritor es alguien que de unos muebles hace un árbol, dejó escrito Anne Sexton. Todos los poetas mienten, añadió. Se escribe por levantar un árbol. Por ser dioses. Dioses inversos. Metafísica pura.

Anne Sexton conoce el origen de las palabras. Las convoca como quien anima un vuelo de pájaros cuando se hace un ruido que los agite o como el que lanza una piedra sobre el agua para que trace arcos y acabe hundiéndose. Hay poemas que son pájaros izando el vuelo o piedras iniciando el descenso hacia el fondo. Todo está arriba o todo está abajo. 

Anne Sexton fue festejada como poeta. Que reconozcan a un poeta es un triunfo de los pájaros y de las piedras. Ella misma fue una de esas cosas o fue ambas, según la circunstancia que la rondara. Cuando fue piedra absoluta, después de danzar sobre el agua, se hundió, decidió hundirse. Fue una piedra con voluntad de fondo. Se murió adrede, se alejó del cielo, se declaró invisible. 

Bipolar, Anne Sexton escribía para entenderse, quién no. Aprendió a hacer poemas en un taller que se le recomendó para que ahuyentara el abismo del suicidio. Encontró la felicidad cuando el azar le puso delante a Sylvia Plath, con la que bebía martinis en el Ritz tras manuscribir poemas en las clases. Cuando ella murió, Anne dijo "esa muerte era la mía". 

Se puede escribir de todo. No hay censura en lo que dicta la inspiración. Neruda hizo elogios encomiásticos al olor de la fruta cuando se le aplica un cuchillo y se le retira la piel. Anna Sexton hablaba de su menstruación , de las bondades de masturbarse, de la muerte como amenaza o de amantes eventuales a los que hacer añicos igual que a un vaso. Me voy a suicidar, repetía con insistencia.

Anne Sexton hizo de la tristeza un himno descarnado, un poco surrealista y otro poco trágico: "venas que se derraman en los ríos / donde los peces se arrodillan / para tragar pelo y ojos de cabra." Aderezó el dolor con vodka y nicotina, con huesos tristes de humo viejo, con monóxido de carbono entrando a saco en sus pulmones para pintar de negro los pulmones que no querían respirar. Vivió a posta, con conciencia del aire y del tiempo ocupado en entenderlo, pero murió anticipadamente, quién no. 













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