24.11.21

Poesía



 Es posible que vivir sea una forma de escepticismo, de descreimiento: transcurre sin traza de enmienda arrimada la vida a la duda. Las certezas desarman muy rápido nuestra capacidad de asombro, que es lo que mueve el corazón y nos hace más sensibles y quizá también más inteligentes. Sin dudas, sin asombro, sin la incertidumbre de lo por venir, no hay ciencia, no hay vida, tampoco poesía, que es la dinamo que hace girar los astros. El hecho mismo de aceptar la realidad entraña el peligro de no cuestionarla, de no fundar interrogantes razonables acerca de su naturaleza o de su propósito, que será arcano y lo entenderán los gurús de la mente y los filósofos de los libros.

Quizá Jorge Bucay o Paulo Coelho lo entiedan, qué quieren que les diga. Es que hoy me he levantado con la sonrisa puesta, como decía Tequila: me he levantado utópico, lírico, (escuché anoche en mi pueblo al inmenso Luis Alberto de Cuenca y hablé con él sobre cowboys y sobre astronautas zurdos) dispuesto a celebrar los prodigios domésticos del mundo, que me trae noches librescas: ahora ando con Moby Dick, otra vez. Y cuando leo a Melville, por el hechizo de los libros, por lo que me regalan, me vuelvo lírico y me da un estallido de alegría el pecho. A otros les pasa con el Marca cuando gana el Madrid, pero yo soy un tío raro y me siento cómodo entre historias que urdieron otros y que me guían y me confortan.
Un libro puede leerse infinitas veces porque en cada lectura es un libro distinto igual que nosotros nunca somos iguales de un día a otro, aunque apenas se aprecie la mudanza y no se manifieste la fractura emocional que supone vivir y soportar la (en ocasiones) tralla de la vida. El futuro es un arma cargada de poesía. El amor es un arma civil contra el miedo, como escribió Joan Margarit, también citado anoche, como Manolo Lara Cantizani, que sin estar con nosotros no deja de acompañarnos. Los libros son artefactos incendiarios, túneles hacia el corazón de la luz, puentes que unen territorios lejanos, salvoconductos que nos salvan del miedo. En eso, como Margarit escribe, los libros son puro amor. Son un acto gozoso de amor.
El otro día me dijeron que cómo era posible que escribiese tanto en este blog. El tiempo en el que escribo se lo robo a la lectura. El tiempo en que leo se lo robo a mi familia. El tiempo en que me dedico a mi familia se lo robo a los libros. La imagen victoriana que Álex me dio el otro día al ver la biblioteca de Luis Alberto de Cuenca ilustra mi desazón. La pared interminable. La mansión entre bosques. La chimenea. El perro manso. Un buen vaso de whisky. Sir John Gielgud en su laberinto de maderas nobles y lomos antiguos. Borges en su ceguera tipográfica. El vacío ilustrado. La ballena blanca, ah la ballena blanca. .

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