Está extendida la costumbre de hacerse eco del óbito de alguna celebridad de la cultura o de la vida pública, no siempre coinciden las dos. Se hace acopio de las bondades, se refiere alguna anécdota que acerque a la persona y dé un poco de lado al personaje y, en ciertos casos, se encomia al finado de un modo escandaloso. Hasta quien no tenía inclinación hacia su obra, movido por ese encendido elogio, la mira con otra perspectiva, condesciende a que pueda gustarle y hasta se atreve a defenderla. Como son muchos los creadores (literatos, músicos, cineastas...) que me apasionan - y dan felicidad y zozobra y dolor a veces también - no puedo cumplir con todos, aunque hay algunas defunciones que me llegan más adentro. No se puede estar en todos los sepelios, ni falta hace que tal cosa se produzca. Uno elige sus muertos, los arrima al corazón y escribe o habla de ellos con devoción o con gratitud, ambas cosas juntamente en ocasiones.
Se muere una celebridad de la música, pongo por caso, y si el día te pilla falto de inspiración, no le dedicas unas letras. No sé qué sobrevenida causa hace que de pronto sientas la necesidad imperiosa (abundante en ocasiones) de rubricar un esbozo, una especie de panegírico, un obituario, en fin, todo eso. Leí hace tiempo, pero está emborronado ese recuerdo y ahora no sé si todo es ficción, desbocamiento de mi imaginación en estos tiempos de reclusión forzada, que había un columnista de no sé qué periódico que tenía escritas las notas de prensa de esos luctuosos acontecimientos. Cuando se producía la muerte de alguien notorio, solo tenía que ir a archivo y enviar el artículo a la redacción. Nadie era más rápido, ni ninguna reseña más trabajada. Literatura pulcra, emocional, mesurada. No había en ella alardes barrocos, solo la evidencia del cese, la nomenclatura precisa de los hechos notables por los que el llamado a dejar este mundo merecía gloria eterna en nuestro parnaso sentimental.
Las plañideras ejercían ese mismo oficio, solo que sin incrustar ninguna palabra en ninguna frase. A más llorar, más buena persona debió ser el finado. Debió tener hecha la reseña mortuoria sobre Kirk Douglas hace años. Era cosa normal que falleciera, habida cuenta de que iba flechado a la centena. Lo inesperado (lo milagroso) es que tuviera la de Bryant o la de Prince o la de Cobain, no sé, toda esa gente joven de la que no sospechas que vayan a morir de un día para otro. Como buen profesional, incluso debió tener hasta la suya. Haría que se publicase como nota póstuma. Lo ideal hubiese sido que la manuscribiese desde el más allá y se obrara el prodigio de que se publicase. La sección necrológica de los periódicos es un género literario en sí mismo.
20.3.20
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