28.1.18

Uno mismo



Uno tiene de sí mismo menos conocimiento de lo que parece. Se maneja bien o no se maneja bien en absoluto, pero suele carecer de certezas de las que valerse para garantizar un proceder u otro. Cree saber qué hacer, exhibe cierta compostura y hasta, en ocasiones, se comporta con aplomo, hace que las cosas discurran a su entero beneficio y conoce la manera de apartarse de las que no le convienen. No sirve lo hecho hoy para lo que concurrirá mañana. De hecho lo único verdaderamente fiable es que tendrá que improvisar ante las novedades para tener propiedad sobre ellas y actuar eficazmente cuando acudan de nuevo. Pero los días se esmeran en ponernos a prueba, no hay ninguno en donde todo sea calco del anterior o de cualquiera vivido pretéritamente. Es el azar el autor de la trama de la novela que somos. Él maneja los paisajes y la música, pone y quita los personajes principales y secundarios eventual o duraderamente presentes en ese argumento. Se está tan en vilo, es tan frágil la trabazón de las cosas que merece poco o nada la pena creer que hemos llegado a algún sitio o que hemos alcanzado un punto idóneo de seguridad personal y de confianza en nosotros mismos. A veces se tiene la sensación, nunca refrendada, de que conocemos mejor a los demás. Tal vez sea cierto. Se ven con más perspectiva y hondura esas cosas si se coloca uno lejos de ellas, sin interferir en demasía. Por eso no es fácil ese conocimiento personal. Porque estamos dentro y se requiere una cierta distancia para poder observar sin estorbo emocional, sin que se malogre la visión por un excesivo interés en que sea enteramente satisfactoria. Por otra parte, no tener ni idea de cómo responderá uno a lo que buenamente ocurra es maravilloso. Es como ser otro siendo quien se es, sin renunciar a lo ya ganado, a toda la experiencia que tenemos, a la memoria amasada y al olvido sacrificado. Tiene su parte buena (excelente a veces) y su mala esa ignorancia. Falta quizá una pedagogía que nos ayude a trasegar con estas circunstancias. Falta un asidero fiable, no uno que nos asiente al suelo, sino uno que nos haga comprender (y aceptar) la invariable movilidad del suelo.

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