8.1.14

Un concierto de cámara en un parque público

De los muchos rotos que tenemos en el traje en el que vivimos el más lamentable es el roto de la cultura. Se la relega siempre, aunque quienes llevan la administración de la cosa pública la declaren noble y viertan sobre ella la responsabilidad de todo lo que nos acontece. Son palabras huecas, las que se pronuncian porque conviene y porque invisten a quien las dice de un aura mayor que si las calla. Buscamos eso, el aura, la etiqueta, cierto componente mediático que complazca al público que nos observa. Hoy en día público y electorado son conceptos que se entremezclan. No siempre gana el más lúdico. A la cultura se la hiere cuando no se invierte en ella. No creo que la alta cultura, la que hace que un pueblo prospere y tenga conciencia de esa prosperidad, avance si no hay fondos que la sufraguen. Una de las labores del Estado es la de mimar las instituciones que fraguan la forja de esa cultura. La mayor herencia que dejamos es la de los libros o la de las obras de teatro o la de los conciertos en un parque o la de las conferencias o la de los cines. Luego están los colegios, tan frágiles, de tan vulnerable asiento en la sociedad. Mientras que la escuela no se prestigie y el maestro escalafone en la medida que merece en el rango de oficios declaradamente proverbiales (unos lo son más que otros, todos lo son de alguna manera) esta sociedad no solo no avanzará, en el sentido físico del verbo, sino que mirará al pasado (no siempre glorioso ni ejemplar) y encontrará un trozo de la Historia a donde acogerse. Es posible que estemos precisamente ahora en ese punto de nostalgia. Que en lugar de construir valores nuevos estemos contemplando la posibilidad de reformar algunos de antaño, afines al pensar de quienes gobiernan o de quienes votan a quienes gobiernan, que viene a ser la misma cosa. Si la televisión que preside nuestro salón sigue emitiendo bazofia (Telecinco es un compendio formidable de toda la inmundicia que acapara todos los ránkings de audiencia posibles) y nos embobamos observando programas en donde el rico obsequia al pobre o en donde parejas de descerebrados flirtean frente a las cámaras, la cultura seguirá relegada a un término secundario, de poco aprecio empresarial. Ya saben, hasta la Filosofía ha sido esquilmada de los Planes de Estudio. Ya digo que lo que ahora impera es mirar atrás y acomodarse al pasado. El futuro es un territorio peligroso, es una zona de riesgo, es una posibilidad de fracaso. Algunos deben pensar así. Mi pesadumbre no tiene ninguna acción ejecutiva que palie el mal que expone: solo me declaro insolvente a la hora de entender las razones por la que se coge un camino y no otro. O lo entiendo muy bien y es eso lo que me alarma. No toda la culpa es del munificiente Estado. Es el público (o el votante o el consumidor, ésas son los oficios del ciudadano) el que decide. Gana más adeptos un cotilleo en televisión que un concierto de cámara en un parque público. Pero infinitamente más, eh!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Siento discrepar de tu opinión, Emilio (¡mentira!, estoy encantado, pero hay que mantener las formas). Lo que hace avanzar a una sociedad, a la humanidad y a nuestra especie en su totalidad (sinónimos, pero queda bonito), no es la cultura, es la ciencia. De todo lo que afirmas, ni una sola cosa hace avanzar nada, simplemente produce goce estético de los culturizados superiormente. Pero a la mayoría del personal le deja frío tanto placer espiritual. Se van a ver Tele5. Sin embargo, la ciencia sí que consigue mejorar sus vidas, sus muertes, sus afanes, sus comidas, sus cenas, sus enfermedades, sus trabajos, sus... (lo que tú quieras). Y la filosofía es una pérdida de tiempo como la religión o la ética o la estética. Ya me lo dirás cuando cumplas más años y seas viejecito y seas más viejecito... En fin, que tienes mi blog para criticarme a tope. Espero tus comentarios vitriólicos, sulfúricos, clorhídricos o sardónicos. Los onanistas de papel también se comunican con otros, tengan sus preferencias o no.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Es la ciencia, pues claro, la que hace que tú y yo, Santiago, estemos ahora discrepando. Es la ciencia la que me cura cuando me levanto con dolor de espalda (hoy) o la que hace que escuche música en casa en alta fidelidad o vea cine en alta definición. Es la ciencia la que mueve el mundo, y no el amor como quería Dante a propósito de su Beatriz. Es la ciencia, ah la ciencia. Pero el goce del que hablas (el estético, el ético, el intelectual ahí embutido) es el que hace que la ciencia tenga sentido. No vale para nada el avance tecnológico si sabemos disfrutarlo con los sentidos. Tuvimos la experiencia, pero perdimos el significado, escribió T.S. Eliot. La filosofía es una pérdida maravillosa de tiempo, pero hace que la cabeza no sea un muelle o no sea un dispositivo cuadriculado, entregado a formatear el mundo y a ponerlo en marcha otra vez. Dije de entrar en tu página y no lo hecho todavía. Ahí voy. Discrepe, por favor, no se corte, compañero. Los onanistas somos así. Un saludo afectuoso...

Pensar la fe