2.5.11

Fergus / Tomado de Doce



¿Quién irá desde ahora en el carro de Fergus
a rasgar la penumbra del recóndito bosque
y bailar en la orilla de las aguas en calma?
Alza, joven, tu frente pelirroja,
y alza, niña, tus párpados serenos,
y no penséis ya más en miedos y esperanzas.

Y no penséis ya más con esquiva mirada
en el misterio amargo del amor;
pues que Fergus gobierna las livianas carretas
y gobierna las sombras de los bosques,
y el blanco pecho del sombrío mar
y todas las errantes estrellas despeinadas.

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5 comentarios:

Emilio Calvo de Mora dijo...

Una delicia leída en silencio, en voz alta, pensada.
Keats. Y pensar que ayer ni siquiera pensé en Keats.

Ramón Besonías dijo...

Otros más:

"¡Rosa roja, rosa orgullosa, triste Rosa de todos mis días!
Acércate a mí, mientras canto sobre los tiempos antiguos:
Cuchulain luchando contra la amarga marea;
Sobre el Druida, gris, nutrido por los bosques, con mirada tranquila,
Que dio a FERGUS sueños, y ruina indecible:
Y sobre tu propia tristeza, que las estrellas, envejecidas
En su danza de sandalias plateadas sobre el mar,
Cantan en su triste y solitaria melodía.
Acércate, para que no cegado ya por el destino humano,
Pueda yo encontrar bajo las ramas del amor y del odio,
En todas las pobres cosas tontas que viven un día,
La belleza eterna recorriendo su camino."

Keats es el prototipo de todos aquellos poetas que situan la felicidad en un tiempo y espacio eternos. Son niños adultos que confían -la fe es un handicap- en que todo deseo o sueño se realice en una tierra que no es, pero será. Los poemas son anhelos, cantos hermosos a una utopía espiritual. No creen en una belleza terrenal. Su platonismo utópico es una forma refinada de esteticismo egotista. Para nuestro placer.

Buen día, amigos.

Miguel Cobo dijo...

¡Oh! ¡Quién me diera un sorbo de vino, largo tiempo
refrescado en la tierra profunda,
sabiendo a Flora y a los campos verdes,
a danza y canción provenzal y a soleada alegría!
¡Quién un vaso me diera del Sur cálido,
colmado de hipocrás rosado y verdadero,
con bullir en su borde de enlazadas burbujas
y mi boca de púrpura teñida;
beber y, sin ser visto, abandonar el mundo
y perderme contigo en las sombras del bosque!



Atento, Emilio, ¡el hipocrás!

Emilio Calvo de Mora dijo...

Bien por mis amiguitos poetas. Bravo por su genio.
Escribo para que vosotros dos hagáis comentarios. No tengo últimamente otro motivo.
Y está bien.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Lo olvidaba, Miguel: Hipocrás, hipocrás, hipocrás, hipocrás...

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