9.12.10

Que el camino sea largo



No sé qué envoltorio moral tiene la cultura cibernética: hay un acceso tan sencillo a los contenidos que la travesía hasta encontrarlos, justo lo que antes provocaba el placer de su hallazgo, se ha rebajado hasta una expresión mínima. No sé si los jóvenes de ahora son indolentes o simplemente apáticos. La apatía, frente a la indolencia, arranca un punto de haraganería nihilista. El indolente es un ser aséptico, ajustado a lo que llega, sin interés alguno en ver más atrás o más allá. No le interesa la mística, pero tampoco la ciencia. No es católico y desconoce enteramente el cuerpo central de toda teoría agnóstica. Es, por decirlo de alguna manera, un ser casual, un individuo al margen de lo que le rodea, que se abastece de lo que encuentra y busca afanosamente lo que le produce un placer más certero e inmediato. En este sentido, la Red es una fastuosa caja de Pandora. En ella el sujeto paciente de esta indolencia cautiva hocica todo su esplendor y encuentra lo que otros simplemente no alcanzan ni a vislumbrar. Hay jóvenes muy capaces de destripar un ordenador, formatearlo y volverlo a montar y, sin embargo, no saber quién es Cervantes, dónde desemboca el Volga y cómo sucumbió Roma. En realidad es posible que ese triada de información cultural no tenga el mismo alcance social que sanar un pc infectado o descargarse en un minuto el último disco de Lady Gaga.
El problema no es el sujeto paciente sino la sociedad circundante. No hay nada recriminable: la excelencia académica está dando paso a la marrullería digital. O dicho de otro modo: el expediente pulcro y admirable no puede competir con el nirvana moral que supone hacer el zángano, racanear ,obtener una titulación mediocre y salir al mercado laboral con faltas de ortografía, escaso manejo numérico y ausencia casi total de inquietud por la cultura, habiendo paseado libros durante años, quebrado la paciencia de decenas de profesores y esquilmado al contribuyente una notable cantidad de dinero. Baldío todo, claro. Porque un estudiante obstinado en el fracaso, hábilmente instalado en el fracaso, es un fracaso de la sociedad y, sobre todo, una agujero en la cuenta de ahorros del Estado, que es la cuenta propia, la de cada uno de los pequeños trabajadores que tercamente cumple a diario con su cometido. La escuela debe reformular su cometido. Los que la vivimos debemos reformular nuestra función y pensar que el verdadero progreso no consiste únicamente en la dotación intelectual, en cierto enciclopedismo, en el manejo de un cuadro de competencias activas, pensadas y diseñadas en un contexto social.
Quizá haya que enseñar al alumno (no crean que me olvido de las féminas, es que hoy estoy políticamente menos correcto de lo que se me ha advertido) el valor del esfuerzo, la importancia de la constancia, el mérito del trabajo bien hecho. No puede ser que lean y no entiendan lo que leen. Que sepan y no sepan el sentido de lo aprendido. Porque leer es una actividad de un goce infinito y es en la escuela, y probablemente nunca más tarde, cuando se fomenta la vocación lectora y cuando nuestros hijos (y las hijas que toque en el reparto) se sienten iluminados más enfáticamente por el embrujo de la ficción. Porque la ficción embruja, hechiza: lo hace más que ese submundo dinámico en donde son también héroes y recorren distancias fantásticas, pero sin que nada de lo que hacen produzca asombro. Todo está pasmosamente previsto: en todo ese caos fértil de la realidad virtual en donde se abisman sólo hay emulación, simulacro, la falsedad a la que aspiran refugiarse de este mundo que no comprenden. Y es que no hemos sabido a lo mejor vendérselo. Hemos estado ocupados (en demasía) cambiando planes de estudios, rehaciendo los habidos, creando paradigmas nuevos, fantasías rocambolescas del intelecto burocrático que lastran (al cabo) al espectador de esta función ya un punto grotesca.
Quizá pasa todo esto porque no sabemos vender la cultura desde la escuela. Sabemos cumplir unos protocolos administrativos, sabemos trabajar con entusiasmo, sabemos caer exhaustos con tal de que en todo haya apasionamiento y en todo se advierta un grado enérgico de entrega, de inasequible ardor pedagógico. Los maestros sabemos enseñar Matemáticas y enseñar Lengua, pero habría que pensar si no sería más conveniente, en el fragor de las letras y de los números, en el vértigo y en la fiebre de los contenidos dinamitados en boletínes, en programaciones grotescas a veces, inculcar eso tan sutil y tan hermoso como es la Cultura.
Una vez el alumno (y las alumnas correspondientes, no crean) haya sentido la quemazón de la cultura, no hay vuelta atrás. Se involucrarán en su proyecto de vida, pedirán que se les surta de buenos profesores y se creerán dueños de su propio destino. Luego la vida puede fondearlas, vararles, tenderles mil trampas, convertir aquel idilio con el porvenir en una novelita rosa con final tristísimo, pero disfrutaron del trayecto, hicieron de la travesía un fin en sí mismo. Pide que el camino sea largo, escribió Kavafis. Y eso no está registrado en ningún informe PISA. Pedir que el camino sea largo. Y disfrutar de las vistas. Los que tenemos una responsabilidad en este bochorno mediático (del que hablan y hablan y no paran todos los que están autorizados y los que no lo están porque no tienen argumentos que sostengan lo que jalean) debemos reconsiderar algunos asuntos. Pensar en privado, ver en qué parte de lo que hacemos radica el fallo, buscar también en privado el clic que acciona el interés. Luego vendrá todo rodado. Una vez tengamos al alumno (sí, con las alumnas en el mismo pack) en el bote, cautivo y entusiasta, Cervantes, el Volga y la poderosa Roma serán la parte más endeble del menú. Entonces aprenderán y buscarán, en los pupitres, frente a las pizarras, todavía sin acabar de madurar, pero heroicos en el descubrimiento de su yo, su destino en el mundo. Ahí es en donde está la escuela de la que yo sería un sincero fanático.

Una de Arcadi Espada

.

13 comentarios:

Cecil B. Demente dijo...

Le felicito por el post Emilio, me lo he leído casi sin pestañear, sin duda la última revolución que viviremos es la de la enseñanza, no por su complejidad, sinó porque no interesa.

Anónimo dijo...

Tengo la sensación de que la cultura no es un bien exportable per se. Se puede crear un vínculo entre el alumno y la cultura, pero se abandona la norma pedagógica, la enseñanza rutinaria de las disciplinas que "son útiles". Y la pregunta mía viene al hilo: La cultura pues, ¿es una disciplina distinta a las Matemáticas o a la Lengua o al Conocimiento de las Religiones del Mundo? Porque quieren quitar la religión de las escuelas y deberían quitar una y ponerlas a todas.
La Cultura en la Escuela debería ser una asignatura. Ahora quieren gilipollearnos con flamenco y con danza. Vivo en Andalucía y este Gobierno es una pena que nos está arruinando. Lo digo con dolor porque bien querría otro o éste, pero atinado, sin creer que vamos a liderar una revolución tecnológica junto en Silicon Valey. En todo esto hace falta gente que sepa, gente que hable, qgente con inquietud cultural. Y hasta eso falta. Le felicito yo tamibién. Volveré a pisar este Espejo.

Rafael Álvarez Madariaga

Francisco Martínez Zafra dijo...

Si no somos fanáticos de la escuela, ¿ de qué vamos a serlo? Es que es la escuela la que marca la personalidad de los ciudadanos del futuro. Más todavía. Somos como somos por la escuela que nos dieron. Por la educación recibida en esos "tiernos" años. Ahora
son tiernos de otra manera. Como bien dices.
No soy maestro pero habría sido mi oficio si las circunstancias no me hubiesen tirado hacia otro lugar.
Admiro a los maestros.
Es un cuerpo privilegiado de funcionarios. Se les machaca a veces en exceso.
Son el sostén de esta sociedad nuestra.
Y todavía hay gobiernos que no lo ven.
Que empiecen subiéndoles el sueldo YA. Hacen un trabajo PRIMORDIAL.

Un saludo afectuoso-

Pedrodel dijo...

¡Muy bien, Emilio! ¡Muy bien!
Ya sabes, vivimos en el mundo del "Cambalache" que ya escribiera en 1935 Enrique Santos Discépolo para lucimiento de Carlos Gardel.
Hoy resulta que es lo mismo / ser derecho que traidor, / ignorante, sabio o chorro, / generoso o estafador... / ¡Todo es igual! / ¡Nada es mejor! / Lo mismo un burro / que un gran profesor...
Y para desgracia de esta profesión a la que tanto amamos, con los años, hemos venido siendo testigos de una devaluación imparable. Sirva como ejemplo el hecho de que ahora la inmensa mayoría de los que estudian magisterio no lo hacen por vocación. Si no por que su nota de selectividad no les ha dado para "otra cosa mejor".
¡Qué lástima! Qué falta de inversión, de prestigio de la escuela pública, de interés por la educación de un país...
¡Qué lástima!
¡Así nos va!

Ramón Besonías dijo...

Aquellos que nos dedicamos a esta profesión de enseñar adolecemos a menudo de un hábito perdonable, pero no por ello menos hábito. Creemos que se puede aprender todo o lo mejor desde la escuela, y es evidente, para todo aquel que haya vivido lo suficiente, que eso es una falsa creencia. Se puede aprender de muchas maneras, en muchos lugares y de muchas personas, ajenos del entorno formal que administra la escuela. Pero los profesores insistimos, cegados por la única perspectiva que nos duele, en creernos adalides del progreso intelectual del mundo desarrollado.

Además de esto, la experiencia de intentar enseñar a aquel que no quiere nos hace permeables al desencanto, creyendo quizá que fuera del abrazo de la educación, nuestros pupilos serán unos completos zoquetes, condenados sin remisión a la ignorancia y el paro, cuando no a un historial de delincuencia.

Aquellos que hemos sido educados en la creencia dogmática del intelectualismo moral, desconfiamos en el sabio juicio de la naturaleza y el azar como artesanos del futuro de nuestros alumnos. Si la familia o el colegio no socializaron al zagal, lo hará la escuela de la vida. Tranquilos. Si no leyeron a Lorca, qué terrible destino puede acaecerle por ello.

Desconfío del papel de excelencia que la sociedad concede a la escuela. Me preocupa más la irresponsabilidad de los padres o la fría selección de los más aptos a las que nos somete el mercado. Hemos dejado de confiar en el connatural sentido común que habita en nosotros y que nos salva de no morir bajo las garras de la mala educación o una toma de decisiones errada.

Buen día, amigos.

José Puerto dijo...

Hola Emilio, ya sabes que leo tu blog aunque no me prodigue en comentarios; pero esta entrada sí que me toca de lleno.
Esta vez soy parco también: Tu atino es brillante y revelador como siempre, la escuela lleva muchos años en "crisis crónica".

Las hojas de las programaciones y los proyectos corre-culares no nos dejan ver el bosque, no nos dejan orientarnos, no sabemos a donde vamos si es que lo hemos sabido alguna vez... andamos porque vemos andar, ahora con las muletas tecnológicas que nos vuelven y vuelven a nuestros pupilos cada día más minusválidos para la vida real, para superar dificultades reales. Niños y niñas ya no lloran por piñas, sino por el último móvil y el último video juego, sobreestimulados como están con tanto multimedia... La cantidad de información que maneja un niño de diez años no la manejó mi abuelo en toda su vida y vivió más de cien... Pero mi abuelo era mucho más feliz que ese niño y que nosotros, su vida era natural y hacía casi meramente lo que le salía del arco del triunfo, no estaba encerrado en esta maraña diabólica insufrible y asfixiante de leyes y preceptos de lo políticamente correcto...

¿Para qué vida estamos formando, sino deformando? Ya sabes que yo abomino del exceso de urbanismo, casi diría que del exceso de urbanidad, más aún de esta artificialidad, artificiosidad ampulosa y banal...

El río de la "modernidad" (averigua lo qué es eso) va crecido y nos lleva.
Que me tachen de viejo si quieren, pero literalmente "no sé a dónde voy a parar, no sabemos a dónde iremos a parar", quizá haya que andar el camino a ciegas para luego poder estar de vuelta, pero nuevamente ¿a dónde volveremos?

Bueno, por de pronto está bien que nos lo planteemos, y que "sintonicemos" en la búsqueda.
Un cordial saludo de José Puerto

Anónimo dijo...

Cultura en la escuela, según cómo. Religión en la escuela, nunca. Y los padres ?

Jose Ramon Santana Vazquez dijo...

...cuanta
razón
tener
a punto
la razón
y dar
no siempre
a entender
lo que se
piensa...


...traigo
sangre
de
la
tarde
herida
en
la
mano
y
una
vela
de
mi
corazón
para
invitarte
y
darte
este
alma
que
viene
para
compartir
contigo
tu
bello
blog
con
un
ramillete
de
oro
y
claveles
dentro...


desde mis
HORAS ROTAS
Y AULA DE PAZ


COMPARTIENDO ILUSION
EL ESPEJO DE LOS SUEÑOS

CON saludos de la luna al
reflejarse en el mar de la
poesía...


AFECTUOSAMENTE : OS DESEO UNAS FIESTAS ENTRAÑABLES 2010- Y FELIZ AÑO 2011 CON TODO MI CORAZON….


ESPERO SEAN DE VUESTRO AGRADO EL POST POETIZADO DE ACEBO CUMBRES BORRASCOSAS, ENEMIGO A LAS PUERTAS, CACHORRO, FANTASMA DE LA OPERA, BLADE RUUNER Y CHOCOLATE.

José
Ramón...

Laureano García Izquierdo dijo...

La escuela no puede ser sólo lo que dices, debe ser en mi opinión también un laboratorio en donde se prepara al niño para la vida, aparte de darles contenidos, hábitos y todo eso. En cuanto laboratorio, el mejor es la propia casa, los propios padres, esos son los que deben educar, y después los profesores, los profesionales. Yo soy un profesor en excedencia que no trabajó mucho, por circunstancias que no han al caso, pero veo la educación ahora manga por hombro. Mucho plan, mucho invento, mucha probatura, mucho desliz.
Ni el PSOE ni el PP deben mover muchas fichas, sino algunas y con mucho consenso. No së si me extoy excediendo. En todo caso y de cualquier manera, muchas gracias y enhorabuena por este estupendo blog.

Joselu dijo...

Mira, Emilio, si juntas a noventa y nueve profesores (por decir un número)cada uno te hará un diagnóstico distinto de la realidad educativa. Cada uno pondrá el énfasis en un punto u otro. Y los remedios a una situación que sí se considerará nefasta en general (también hay los que piensan que las cosas no van tan mal) serán tan dispares que sería imposible articular un diálogo que no fuera de besugos o de sordos. No está claro el diagnóstico salvo que se considere simplemente que el paciente (la enseñanza) está enfermo. ¿Qué tiene? Ese es el problema porque se entrelaza con la ideología mayoritaria que se hace permeable de mil modos distintos. ¿Qué debería hacer la escuela? ¿Hacer amar la cultura? Pues bueno. Pero ¿a quién le interesa de estos adolescentes la cultura? A un uno o dos por ciento. ¿Cómo hacérsela deseable? Ah, esa es la pregunta del millón que me hago cada día, pero no tengo respuesta y sí muchas dudas. ¿Adaptarme a ellos, a su mundo, a sus valores, a sus imágenes, a su lenguaje? Pues no me sale. ¿Atraerles como pueda al mundo que yo sé que existe? Pues funciona mal la cosa. No sé, Emilio. Pero si preguntas a cien, cada uno te dirá una cosa distinta. Esa es nuestra gran debilidad como profesionales. No sabemos en realidad si lo que tenemos es nostalgia de otro sistema (yo en buena parte sí) o pretendemos crear otro nuevo con los materiales del presente. Hago lo que puedo, pero sé que estaré a todos los niveles solo. Todos estamos solos ante la clase. ¿Y entonces? Buena cuestión.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Mi escuela es a la que voy de lunes a viernes salvo fiestas de guardar. Mi escuela es un lugar en donde pretendo, al menos, no aburrirme, no aburrir, como quería Howard Hawks en sus películas. No sé hasta qué punto lo consigo. Tampoco sé, a estas alturas, después de algunos años, si ese esfuerzo es o no baldío. Sí sé que hay niños a los que uno, en su pequeña valía, inculca algunas cosas. Esos son los que luego hacen que se sienta que todo ha valido la pena. Que algo ha valido la pena. Lo de la cultura, todo lo que hemos llevado y traído aquí en este post y en estos comentarios, son opiniones. Lo expresa muy bien Joselu y también mi amigo Pedro. Hay tantas formas de abordar el problema o de abordar la solución como maestros. O como padres. O como espectadores de esta función. Y Pedro, en su sorna, dice que el siglo XX es cambalache, es problemático, es febril. Y más cosas. Buenas noches. Hoy estoy cósmico, disperso, improbable.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Y si no somos fanáticos de la escuela, de qué serlo?

Leopoldo María Yuste dijo...

Estoy aquí para llevarte la contraria. La cultura no es cosa de la escuela. Es la sociedad la quien tienq ue gestionarla. La escuela es un instrumento: no el único0, no el único. La cultura es de las familias, de la calle, de los partidos políticos, de la iglesia, de la televisión . Todos deberían contribuír. Si le damos a la escuela esa vara de mando, la destrozamos, la convertimos en algo siniestro. Cómo se gestiona la cultura? Y para qué sirve? Aminora el paro? Te estoy llevando la contraria en parte, como ves. Por lo demás, escribe usted como los ángeles. Con cultura. Usted tuvo una escuela, por lo visto0, buena. Vaya.

Un aforismo antes del almuerzo

 Leve tumulto el de la sangre, aunque dure una vida entera su tráfago invisible.