22.12.10

Mi dios doméstico no me ha abandonado hoy


La realidad se cuida mucho de no perder los estribos. Jamás la he visto desbocarse ni defraudar a quienes altos y nobles sentimientos depositan en ella. Incluso cuando una tromba de agua araña los cimientos de un edificio antiguo o nuevo y de materiales enclenques y muere una familia no es culpa de la realidad sino del azar o de la suma de muchos azares que, mancomunados, joden el futuro (dicho expeditivamente) de esas pobres criaturas. Solemos argüir que es el destino, una especie de bicho cabrón (hoy estoy lanzado) al margen de la bondad o de la lógica, el que fragua esos cataclismos emocionales. Al existir el destino, nos quitamos un enorme peso de encima. El destino, esa invención de la teología, se arroba todas las culpas y libera al ser humano de cogitaciones demasiado pesadas. No sabemos qué pasaría si no hubiese destino, pero lo que no hay es un destino: hay muchos. Cada uno concibe el suyo a medida de sus desgracias o a renglón seguido de su gloria. El destino posee una especie de confort, tipo místico, en el que propendemos a refugiarnos cuando el mal araña los cimientos del alma. Cada cual modela ese dios doméstico, le reza y le rinde tributos para que no le abandone y lo tutele mientras espera la venida de algún prodigioso mesías, uno lo suficientemente convincente como para hacernos creer que la vida es una travesía intermedia entre la nada precoital y lo eterno y que no hay derecha del Padre y nubes mullidas de algodón dulce en el cielo protector del paraíso.
Mientras tanto, aquí abajo, a ras del miedo, padecemos lo indecible, sufrimos hasta el desmayo, y y no razona, aunque no lo comparta en absoluto, que ese padecimiento lo cura creer que detrás de esto hay algo más o que alguien escucha lo que decimos, se duele cuando nos hieren y sonríe cuando la vida, tal vez en un descuido, nos procura algún júbilo, alguna prebenda invisible, algún placer imprevisto. Hoy he tenido un día formidable. He sentido bien cerca mía a gente con la que estoy a gusto, he oído la rapsodia bohemia contento de ron y de abrazos, consciente de estar viviendo uno de esos momentos raramente perfectos. Hoy ha sido. Me quedo con eso. Feliz Navidad.
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5 comentarios:

Ramón Besonías dijo...

¡Ah!, pero ¿la Navidad tiene que ver con la religión? ¡Vaya!

Los que nos criamos al abrigo de una Navidad celosa de Dios, bienintencionada, productora de deseos venturosos y la defensa de la unión familiar como pilar esrncial del desarrollo de la patria, hoy percibimos quizá con no poco vértigo lo mucho que ha cambiado el cuento y lo mucho que tenía de ficción empalagosa aquellos tiempos.

A mí me pasa lo que a ti, no soy capaz de desprenderme de ese fantasma bonachón, políticamente correcto, de la Navidades pasadas. Y veo estas como un sucedáneo pasado por la turmi del mercadeo capitalista que nos devora. No se si al final compensa más quedarse con el sueño feliz de una infancia rodeada de seres queridos, belenes y cabalgatas de reyes, que con la marabunta de consumidores, arañando el regalo de última hora y facebookeando sus deseos a sus dos mil amigos.

En todo caso, feliz supervivencia, Emilio.

El Doctor dijo...

Que tenga usted unas felices fiestas.
El espejo de los sueños ha sido para mí un muy grato encuentro.
Un abrazo.

Luisa dijo...

Tenga mi amigo Emilio una muy feliz Navidad y disfrute de estos días para coger fuerza y volver el 2011 con la misma gana de escribir, y de escribir tan generosa y estupendamente. Soy una lectora fiel, aunque no escriba.

Anónimo dijo...

No te líes más y disfruta la Navidad, Emilio
Que me llenes de palabras el año que viene como este.

Ana

Emilio Calvo de Mora dijo...

Ana, Luisa, Francisco, Ramón, feliz ahora. Que todo resplandezca, que sea venturosa la noche, todo eso, sentido, pero todo eso que se dice en estos casos.

Pensar la fe