1.7.08

Caos calmo: Coreografía del luto



Hay infinitos lugares para refugiarnos del dolor. Puede bastar un coche a la puerta de un colegio mientras esperas que tu hija salga o puede ser suficiente la oración o incluso la ira por la incapacidad de la fe para procurar las soluciones que precisas. El dolor es tal vez la forma más íntima de demostrar que somos humanos. El luto tiene una construcción moral muy especial. Hay quien se esconde y halla en ese refugio un bálsamo espiritual o una negación de la realidad hostil y machacada y hay quien sale a la calle y se llena los pulmones de realidad hasta que tiene que expulsar el aire, pero sigue respirando. Como si buscásemos la luz y nunca tuviesemos suficiente con la que nos expide el día.
La historia de Caos calmo es la pérdida de una madre a través de los ojos del padre (un conmovedor Moretti) no es tanto el relato cinematográfico del dolor por no tener a un ser querido sino la perplejidad sobre esa fuga. De un modo muy eficiente, la película muestra cómo la vida sigue su curso y quema su habituales peajes, pero el protagonista, el hombre demediado por la pena, el que no ha podido estar cuando debía, el que se ha convertido en un ángel salvador para su afectada hija, se enfrenta a la tragedia con una entereza épica, con un sentido pragmático tan absorbente que él solito se come el metraje entero y terminamos con la sensación de que, más que una película, lo que hemos visto ha sido una especie de enseñanza, una didáctica sobre cómo vivir en todas las circunstancias y sobre cómo avanzar cuando lo normal, lo estrictamente lógico, sea detenerse o retrasar el paso o incluso refugiarse y abandonar la lucha por falta de alicientes.
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Exenta del sentimentalismo que suele salpimentar ciertas cintas americanas que tocan parecidos temas, portadora de una liviandad formal que no lo es en realidad, Caos calmo (explícito hasta la naúsea el hermoso título) exhibe una hermosa línea estética. Parece que se pretende narrar el declive moral de una sociedad, su vértigo, su fiebre por progresar y hacer medrar a quienes consienten ese progreso, aunque bajo el precio de la vacuidad, de cierta tristeza urbanita que termine por gangrenar toda posibilidad de entusiasmo sincero. O tal vez únicamente quede claro que cada uno gestiona el dolor a su manera. Que todas son válidas para vencer el sufrimiento o para saber vivir con él sin que nos rebaja al punto de anularnos. Da lo mismo un coche estacionado a la puerta de un colegio o dedicarnos a reller las obras completas de Benito Pérez Galdós: cualquier terapia es La Terapia, cualquier paliativo es perfecto.
No todo es jolgorio cinematográfico en esta apesadumbrada y dura (en el fondo sólo) cinta del italiano Antonello Grimaldi. Hay forzamientos que hacen chirriar el resultado final: la música es falsa y está artificialmente concebida para realzar lo que debe hablar solo; el peso de la trama cae en exceso en Pietro, el personaje de Moretti, y en ocasiones aturde ese interiorismo sentimental

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Coincido contigo, compañero, en la belleza que, desde el título, inunda este relato. También en que la banda sonora huele a postiza y a redundancia, sobre todo la cancioncita que cierra la función.

Todo lo demás me sedujo. Esta oda a la resistencia emocional, a la espera del verdadero dolor que acabe por derribarnos, una espera que se hace física con esa residencia a las puertas del colegio, con esa vida en el interior del coche, en un banco público. Mucha carga simbólica en una cinta más tridimensional de lo que pudiera parecer. En la línea de LA HABITACIÓN DEL HIJO, ese tipo de cine italiano que aparenta más simpleza de la que contiene.

Una delicia.

Saludos!

E dijo...

Como a Tomás, lo que describís me trae en mente "la habitación del hijo". Moretti siempre es interesante. Esperaremos unos meses hasta que llegue por aquí.

Emilio Calvo de Mora dijo...

Cine fuera de los circuitos yankees. Eso ya es suficiente si la entrega es buena. Ésta lo es.

Pensar la fe