3.6.25

Salir de casa con la sonrisa puesta

 


Tus padres se habían ido a no sé dónde y la casa quedó para nosotros. Creo que hay un poema de Luis Alberto de Cuenca que empieza así. Estaría bien vivir en un poema de Luis Alberto de Cuenca. Tener edad para que  te dé por cortejar hijas de padres cultos y, mientras que planeas el modo de hacer que todo se maneje con docilidad y el amor no irrumpa con estrépito, puedas observar, en el salón donde urdes tus maniobras galantes, anaqueles reventones de libros. La IliadaMoby Dick. La biografía de Marco Polo. Las obras completas de Kafka. Ocnos. Una enciclopedia en alemán. Un tocho inabarcable sobre los barcos que cruzaban el Atlántico y traían tabaco y cuentos de ultramar. Pero la vida nunca te hace estos regalos y lees a Luis Alberto a primera hora de la mañana, antes de ponerte a funcionar como un impecable robot japonés al que, tan de mañana, le han extirpado todo sentido de la belleza. Queda la serena fragancia de la voz del poeta, recitando, inclinando el tono, auscultando el aire con la contundencia de quien se sabe dueño de un oficio antiguo. Y aun así, salir de casa con la sonrisa puesta. Como cantaba Tequila. 

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