14.4.25

En la muerte de Mario Vargas Llosa

 



Que el narrador es siempre un personaje de sus novelas lo escribió Vargas Llosa en "Conversación en Princeton", un libro en el que Rubén Gallo rinde una entrevista larga y jugosa sobre la escritura, el territorio de la novela, la política o la violencia, asuntos que siempre fueron preocupación y que ocuparon buena parte de su producción literaria. Hoy amanezco con la noticia de su muerte, en Lima, a los 89 años. Hacía muchos años que Vargas Llosa no me conmocionaba, pero lo hizo, muchas veces esa conmoción, ese modo de contar que era único. Mi buen profesor de Teoría Literaria Luis Sánchez Corral lo adoraba y me lo hizo adorar. Fascinado, agradecido, leí Los jefes, La ciudad y los perros, La casa verde, Conversación en La Catedral y La guerra del fin del mundo. Me dejaré alguna. Me las prestaban, las sacaba de la biblioteca. No tenía entonces con qué pagar todos esos libros que me entusiasmaban y recurría a terceros. Recuerdo comprar La fiesta del chivo, El sueño del celta y Lituma en los Andes. Tengo algunas de esas primeras novelas que leí en mi época universitaria en ediciones baratas, que fui adquiriendo más tarde, mucho más tarde. No he vuelto a ellas. Me disuadían la letra pequeña y la sospecha de que ese amor primerizo decaería. No sé las causas por las que no se vuelve a leer un libro. Se podría escribir uno sobre ese desamor. Hoy, al enterarme de su fallecimiento, no me han dado unas ganas enormes de ponerme de nuevo al día. Carezco de esa filiación necrológica que hace que se desee traer al muerto para que no parezca tan real su finiquito en la vida. Sin embargo, quizá abra alguna de sus novelas. Releeré pasajes. Seguro que muchos me resultan familiares. Vargas Llosa era el hacedor portentoso de ficciones. Una vez le escuché hablar (era muy de salir en los medios, muy de no circunscribir su vida pública a la exclusiva dedicación libresca) sobre la novela francesa. También hará de eso muchos años. Siempre son muchos años en todo, en fin, no habrá que pararse a pensar mucho en eso. Su amor hacia ella era enorme, lo transmitía, tenía esa voz pedagógica que hacía creer que, más que escuchar, se le estaba leyendo. Así entré en Flaubert y en Zola y en Balzac. Recuerdo la anécdota en la que Vargas Llosa visitó a Borges en Buenos Aires, al que consideraba uno de los grandes escritores de la historia. Se le ocurrió al escritor peruano decir que en casa del argentino había pocos libros, pocos muebles, raídos, que la humedad se comía las paredes y una gotera ocupaba el techo sobre la mesa del comedor. Más tarde, Borges comentó en una entrevista que lo había visitado (creo citar bien) "un peruano que seguramente debía trabajar en una inmobiliaria". Después de eso nunca volvieron a verse. Me quedo con algo que leí, ahora que se ha ido: era un enamorado del cine de John Ford. Creo que algo hay de esa épica crepuscular en sus novelas. En ellas, por cierto, el narrador es un personaje. No está, pero lo impregna todo. Era un hombre de letras, de vida, un enamorado (también) de la lengua española, a la que rindió siempre el más alto de los agradecimientos. Hubo títulos suyos que me desanimaron, cosas que su vida mostraba que no estaban a la altura de su desempeño literario, pero quién es uno para saber dónde acaba el escritor y dónde comienza la persona o si la literatura debiera arrimarse incansablemente al que la urde y manuscribe. Descanse en paz. 

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