28.4.22

Breviario de vidas excéntricas 2 / Inesita Bocángel

Igual que la Salomé de Gustav Klimt muestra un pezón entero y un amago de otro, Inesita Bocángel tiene un ojo sano y otro comido por la tiniebla. Es ese ojo de mal mirar por su aviesa torcedura y un pestañear vibrante que únicamente se amansa cuando ve paisajes de obsequiada belleza. No se tiene a Inesita por moza concupiscible, pero es tapar el ojo defenestrado para que no la afee y el cuerpo se le alegra sin disimulo. Retorna el recato cuando lo airea; entonces la memoria obra el prodigio de borrar la lúbrica inclinación de su alma. Los hombres de ansia más desbordada bendicen el ojo muerto. Hay trovadores que glosan las proezas venusinas de su dueña. Las cantan en las tabernas portuarias y en los ateneos de la aristocracia cuando se les desquicia la boca, elogian las bondades de la anatomía de su promiscua benefactora y hacen hostil escrutinio de turnos. Hay quien propone lastimar el ojo sano por si tener ambos en deterioro propicia acometidas más frecuentes, pero la moción es censurada con razonado pudor y vence la conformidad o la gratitud por los favores prestados o la admonición del párroco, que tiene la administración exclusiva del perdón, incluido el suyo. 

En días de lucidez, Inesita Bocángel descree de la filantropía y somete a su íntimo juicio el hábito contraído con la población masculina de la comunidad. Las féminas damnificadas por este arrebato lúbrico (que recaba la casi unánime aprobación de sus maridos) andan en conversaciones con las autoridades para que se proceda al destierro de Inesita, pero el consejo municipal nunca concede tal amonestación y hasta han propuesto que se le conceda el título de hija predilecta de la villa y una calle tenga por nombre el suyo. Ella sueña con varones tras haber yacido con ellos. Cree que su cuerpo es un templo y le crecen adentro ángeles y capiteles. Hay feligreses convencidos de que han visto en su altar una especie de inminencia de milagro. Como si el mismo cielo, en el momento cabal en que se vierten los jinetes sobrevenidos , acabada en festín y en clamores la coyunda, se partiese en dos y se entreviese la cara de la divinidad. Inesita no dice esta boca es mía. No es mucho de decir, no vaya a ser que luego tenga que arrepentirse de algo. 

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