12.12.20

Pandemia y reclusión


Contra la idea de saber de antemano está la de no hacerse cargo y no ser concernido. Estar así un poco afantasmado, precavido y con cautelas, por si la realidad se las ingenia para involucrarte en su trama. Porque a ti lo que te gusta cada vez más es no estar, dejarte abrazar por las sombras, huir de las convocatorias de la sociedad y elegir adrede un confinamiento sobre el que apartar cualquier circunstancia que te incumba. Has encontrado un lugar en el que guarecerte. Lo has decorado a tu entero gusto. Has amaestrado al caos. Ahora obedece tu criterio. Es una propiedad tuya. Están los días de una hostilidad que intimida. Se ha impuesto una soledad profiláctica. De ella no surge ningún atisbo de reinserción: te haces con sorprendente rapidez a su cálida sensación de seguridad. Cancelas el exterior, das cuento se precise para preservar ese esa intimidad confortable en la que no sucede nada que te dañe ni tampoco nada que te consuele. La religión es el perímetro. Adentro ideas una vida que difiere de cualquier otra a la que te hayas confiado. Suprimes la injerencia del azar o crees haberla suprimido. Porque todo es frágil y un veneno invisible impregna las palabras y los gestos. Te estas pudriendo en esa casa sobrevenida. No sabrás nada de afuera cuando se te conmine a salir o cuando la apetencia irrumpa y desees con toda el alma regresar a lo que fuiste. No será posible. Ha sido un aprendizaje largo y no tienes voluntad de aprender de nuevo. Estás confortablemente insensible. Nos han arrojado a un bienestar falso. Venden esa impostura. Qué pronto acatamos. Con qué ligereza nos adaptamos.

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