12.12.20

Los monstruos amables


 

                                                                                    A Pedro, a Antonio, por distintas razones

Es la edad en la que cualquier cosa adquiere rango de magia. La fe llega más tarde, los milagros ocurren cuando deseamos que sucedan, pero en esa edad, la de la infancia, los ojos están muy abiertos y la cabeza todavía no se ha dejado acariciar por la podredumbre de la realidad. La niña se hace las preguntas que a nosotros ni nos plantearíamos. Por supuesto que no alberga temor alguno hacia lo desconocido. No tiene de esa presencia en apariencia hostil noticia de que pueda dañarla o de que tenga entre sus atribuciones la del daño. No le intimida el tamaño y no le ocasiona trastorno contemplar esa imponencia de pronto izada enfrente suya. Cree que podrán entenderse. Lo que le dará verdadero pavor es pensar en qué hará el hombre de abajo con su reciente compañero de juegos. Si lo domina bajo la forma de algún encantamiento que ella puede deshacer o el monstruo está en realidad muerto y sólo ha cobrado una pequeña y repentina vida para que ella se plante ahí delante y lo observe como si no hubiese nada más en el mundo. Es esa misma edad, tornada en otra cosa, la que luego (con el vigor de los años, con su implacable capacidad de borrado y posterior olvido) nos arrebata la posibilidad de ver monstruos amables, terribles para otros, pero asequibles y sorprendentemente parecidos a nosotros mismos. Es la inocencia la que mira, son suyos los ojos y lo que los ojos atesoran una vez que han realizado su prodigioso trabajo. Fascina de ella su felicidad absoluta. Crecemos cuando desaparece. De ahí tal vez que también se desvanezca la ilusión de que alguna vez podremos ser enteramente felices. No podemos. Hemos visto la realidad tal y como es y ya no es posible verla como de verdad querríamos. Camus dijo de la inocencia que era la virtud o la cualidad que no precisa explicarse. El porqué del monstruo es irrelevante. Si está vivo o no. Si abrirá la boca y nos engullirá o si seremos nosotros los que nos lo zampemos. Todo está en la manera en que miramos. La realidad es una extensión de esa mirada. Algo parecido al Pennywise del It de Stephen King. La criatura se alimentaba del miedo de los niños. No había adulto que cayera en sus garras. Si tienes mucho miedo, te come. 

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